Esto quiere decir que, a partir de ahora, la Iglesia debe dedicar aún más atención a la formación de los catequistas, tratando a la Catequesis como una verdadera vocación. También habrá una ceremonia específica para instituir el ministerio.
Una historia antigua
La enseñanza de la Palabra de Dios y de las «cosas» eclesiásticas viene desde la Iglesia primitiva, de las comunidades que se habían formado alrededor de los apóstoles. En el documento, el Papa hace referencias a los «maestros» o personas que enseñaban a otros fieles. Había una «comunión de vida como característica de la fecundidad de la verdadera catequesis recibida», dijo el Papa.
Los catequistas siempre fueron hombres y mujeres que, «obedientes a la acción del Espíritu Santo, dedicaron su vida para edificar la Iglesia». Desde el Concilio Vaticano II, en los años 1960, la Iglesia ya pasó a hablar de la Catequesis como un ministerio, partiendo de su misión evangelizadora, y a ser ejercido en nuestros tiempos principalmente por los laicos.
A partir de ahí, dice el Papa, «la Iglesia sintió, con renovada conciencia, la importancia del empeño del laicado en la obra de la evangelización». El Concilio afirmó, en el decreto Ad gentes, que «el papel del catequista es de máxima importancia».
Más allá del Concilio Vaticano II, el papa Francisco también cita sínodos, conferencias episcopales y a San Pablo VI, en la justificación para la creación del ministerio del catequista.
«Recibir un ministerio laical como el de catequista imprime una acentuación mayor al desempeño misionero típico de cada bautizado, que se debe desenvolver de forma plenamente secular, sin caer en alguna expresión de clericalización», afirma el decreto, haciendo referencia a San Pablo VI.
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