miércoles, 29 de mayo de 2013
sábado, 25 de mayo de 2013
jueves, 23 de mayo de 2013
María Auxiliadora y Don Bosco
Don
Bosco y el nombre de María Auxiliadora estaban hechos el uno para el otro. Pero
tardaron en encontrarse. La historia empezó una noche de 1824. En una casa
campesina del Piamonte, a unos 50 km de Turín, un niño de 9 años sueña, y sueña
grandes cosas. Se ve a sí mismo rodeado de chicos abandonados, que se pelean
entre ellos. Una misteriosa señora le dice que tiene que dedicar su vida a
estar entre esos chicos, y que ella le ayudará.
Años
más tarde, ese chico, que se llama Juan Bosco, es ordenado sacerdote. Vive
marcado por aquel sueño. Recorre las calles de la ciudad industrial de Turín,
que entre otras cosas fabrica montones de chicos que andan perdidos por esas
mismas calles. Muchos acaban en la cárcel. Don Bosco se hace su amigo, los
cuida, los recoge...
Don
Bosco echa mano de toda la ayuda que puede. Ahora ya sabe quién era aquella
señora del sueño, la Virgen María. Al principio no habla de María Auxiliadora.
Prefiere hablar de Nuestra Señora de la Consolata, que era patrona de Turín.
Después, hacia 1850, la llamará Inmaculada. Al final, da con el nombre de su
Virgen. Se llamará Auxiliadora, porque sus jóvenes necesitan toda la ayuda del
mundo... y del Cielo . En 1856, cuando muere Mamá Margarita, que era la madre
de Don Bosco, él se dirige con estas palabras a María Auxiliadora: "Ni yo
ni mis jóvenes tenemos ya madre en esta tierra. ¿Quieres ser tú nuestra
madre?"
Y
parece que Ella aceptó la invitación. 30 años después, cuando ya es un
viejecillo sin fuerzas, Don Bosco preside la Eucaristía en el Santuario de
María Auxiliadora, presidido por una imagen de la Virgen. Se echa a llorar
varias veces y los que están a su lado le oyen decir: "Ella lo ha hecho
todo, ella lo ha hecho todo..." Desde entonces, el nombre de María
Auxiliadora y el de Don Bosco van unidos. Por eso celebramos cada año su
fiesta.
miércoles, 22 de mayo de 2013
domingo, 19 de mayo de 2013
Santa Rita de Casia
Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito de Italia. Sus ancianos padres la educaron en la fe católica, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Cascia. Pero su petición fue rechazada.
Lo logró después de pedir en oración el auxilio a sus santos de devoción. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció a su pasión, clavándole en la frente una espina. Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, le marcó el rostro con una dolorosísima llaga hasta el día de su muerte, esto es, durante catorce años. Murió en el monasterio de Cascia en 1457.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Cascia. Pero su petición fue rechazada.
Lo logró después de pedir en oración el auxilio a sus santos de devoción. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció a su pasión, clavándole en la frente una espina. Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, le marcó el rostro con una dolorosísima llaga hasta el día de su muerte, esto es, durante catorce años. Murió en el monasterio de Cascia en 1457.
Santa Rita de Casia
En la parroquia estamos celebrando la novena a santa Rita. Aquí queda un video sobre esta santa:
¿Se puede demostrar la existencia de Dios?
Hay cosas
que quizá nosotros no llegamos a entender o comprobar, pero que otros hombres
sí saben y entienden. Son cosas que están al alcance de la razón humana. Hay
otras cosas que están por encima de cualquier capacidad humana de conocimiento,
y solo las podemos saber si Dios las dice y aceptamos su palabra: por fe en
Dios.
La existencia de Dios ¿es uno de esos asuntos de fe, o un
asunto de razón? Que Dios existe, ¿es algo que «sabemos» por razón, o algo que
«creemos» por fe? Cuando se habla del asunto, parece obvio que la cuestión de la existencia de Dios es una
cuestión de fe. Pero vamos a pensar un poco…
Tener fe es aceptar algo que yo no sé o no puedo llegar a
entender porque me lo dice una persona que es de fiar. Yo tengo fe en esa
persona y por eso tengo fe en que es verdad lo que me dice. La fe es de lo que no
se ve, dice san Pablo. Pues bien, soy un sacerdote católico, pero no tengo
fe en la existencia de Dios. Es más, nunca podré tener fe en la existencia de
Dios. Suena raro. Y, sin embargo, es cierto. ¿Por qué? Porque yo sé que Dios
existe, por un razonamiento riguroso. Estudié filosofía y me ha tocado estudiar y
pensar cómo es la existencia del mundo, tanto el mundo material como el ser de
las personas humanas.
Y desde ahí, he llegado a la conclusión racional indudable
de que Dios existe.
Y como ya sé que Dios existe, no puedo tener fe en la existencia de Dios.
«Bueno –podría decirme alguien–, eso quizá usted, que se
ha dedicado a eso. Pero para la gente normal la existencia de Dios es cosa de
fe». Y yo pregunto: «¿Fe en quién? ¿En Dios o en mamá? ¿En Dios o en una opción
cultural?». «Pues fe en Dios –me diréis–, de eso estamos hablando aquí».
Tener fe en alguien presupone el conocimiento previo
de que esa persona existe, y por
tanto, de que puede decir algo que yo puedo creer o no. Para poder tener fe en Dios
y creer lo que dice, hay que saber antes que Dios existe. Yo creo firmemente en
lo que Dios ha dicho: que es Trino (es tres Personas), que Jesucristo es Dios,
que la Virgen es virgen y madre de
Dios, etc., pero lo creo solo porque Dios lo dice. Eso son cosas de fe. Pero saber que Dios existe no es
cosa de «fe en Dios».
No puede serlo: saber que alguien existe es anterior a
tener fe en él y creer lo que dice. Si no, esa supuesta fe es algo irracional. Una
opción, no un conocimiento. La
fe en Dios presupone saber que Dios existe. Sea
por razonamiento riguroso, o por intuición y sentido
común, pero por conocimiento humano natural, la fe presupone la razón y se
apoya en ella. La cuestión de «si Dios existe» es una cuestión de razón, no de
fe. No puede ser de otra manera si es que estamos hablando de una persona
madura y no de un niño.
viernes, 17 de mayo de 2013
jueves, 16 de mayo de 2013
martes, 14 de mayo de 2013
Creer, al igual que amar, es una palabra con muchos significados. ¿Qué significa creer en Dios?
Cuando utilizamos el término «creer»
nos referimos a un acto humano que consiste en conocer algo que no vemos o no
sabemos por nosotros mismos. Es imposible creer algo que vemos directamente o
que sabemos científicamente.
Ver o saber algo hace que desaparezca la «creencia» o «fe» que
antes se tenía. Cuando creemos en algo nos referimos a lo que no está al
alcance de nuestro conocimiento directo.
A veces se utiliza la palabra «creer» en un sentido impropio, para
designar más bien una opinión subjetiva. Si afirmo, por ejemplo: «creo que el
otoño es la mejor época para viajar», estoy manifestando una opinión mía. De
modo parecido, si alguien afirma que «cree» en las cartas astrales, en los
extraterrestres o en la reencarnación, quiere decir que «no lo sabe», pero que,
por alguna razón, basándose en datos o sugerencias que recoge aquí o allá, ha
formado esa opinión por sí mismo.
En cambio, «creer», en sentido propio, es resultado de la relación
con otras personas y tiene también diversos significados.
Quizá nos ayude exponer escalonadamente algunos de esos
significados para acercarnos al sentido preciso de la fe cristiana:
• En ocasiones, «creer» se refiere a la apuesta vital que
se hace por alguien: «el entrenador
creyó en mí», es decir, apostó por mi capacidad de rendimiento y éxito
deportivo.
• También creemos a quien simplemente nos informa para responder a
algo que le hemos preguntado como, por ejemplo: «el despacho del profesor de
Física es el tercero a la derecha».
• En un sentido más preciso, creer designa una relación profunda
entre personas: «creo en mis amigos», «creo en mi esposo» o «creo en ti».
• Esa relación personal se hace única cuando da lugar a la fe
religiosa, es decir, a la fe en Dios: «creo en Dios».
• Finalmente, existe el sentido cristiano de la fe, que integra
todos los sentidos anteriores y lleva a decir: «creo en ti, Señor Jesucristo».
«Creo en Dios» significa que reconozco que, más allá de lo que
experimento directamente o de lo que conozco científicamente, existe una
realidad suprema: Dios, origen de todo lo creado, que no pertenece a este
mundo, sino que es la causa y el fin de todo lo que existe.
A lo largo de la historia, los hombres han reconocido a Dios a
través de las huellas que de Él encuentran en el cosmos y en su propia conciencia,
y se han dirigido a Él como Señor de todas la cosas, fuente de los dones de la
creación, juez universal que premia el bien y castiga el mal, verdad y bien
sumos, etc. La relación con la divinidad da lugar asía la experiencia
religiosa, que incluye creencias, ritos de culto y preceptos morales.
La fe religiosa o fe en Dios es, por tanto, una forma de fe
totalmente especial, porque la relación que implica no es con otra persona como
yo, sino con Dios, un Dios personal, cuya realidad es percibida no directamente,
sino de modo indirecto, es decir, a través de sus obras. «Los cielos proclaman la
gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos», leemos en el Salmo
19.
Y por eso san Pablo afirma que quienes no han conocido a Dios a
través de sus obras son inexcusables (Carta a los Romanos 1, 19).
El conocimiento de Dios es, por tanto, un conocimiento cierto
aunque imperfecto; accesible, de modos diversos, a toda persona. Solamente a
partir del reconocimiento de Dios, el hombre puede entender el sentido de su
vida, ya que su origen y su fin se encuentran en la voluntad y en el plan
amoroso de Dios por sus criaturas. Igualmente, solo si se reconoce a Dios como
creador se puede hablar de ley natural y, por tanto, de derechos
naturales, inalienables, de las personas, y de la bondad o maldad objetiva de
las acciones humanas.
El Concilio Vaticano II se ha referido al ateísmo moderno y ha
afirmado que quien voluntariamente se esfuerza por alejar a Dios de su corazón
y evitar las cuestiones religiosas, sin seguir el dictamen de su conciencia, no
carece de culpa. De igual modo, ha enseñado que el conocimiento de Dios es un
hecho originario, o sea, no derivado de otros factores (económicos, psicológicos, etc.), como han
afirmado algunos defensores del ateísmo. Finalmente, ha recordado que cuando se
niega a Dios, también la dignidad del
hombre sufre daños gravísimos.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge la
afirmación clásica de que «el hombre es por naturaleza religioso» (cfr. n. 44).
Lo propio de la fe religiosa es la incondicionalidad, que
lleva a aceptar a Dios y sus palabras de manera absoluta, porque Él, Dios, lo
dice, y no porque estén de acuerdo con la opinión propia o parezca aceptable por
otras razones. Poner condiciones a Dios equivaldría a no aceptarlo como Dios.
jueves, 9 de mayo de 2013
Audio para la Antífona
Desde la Parroquia de San Nicolás de Bari, en la Coruña, han preparado unas antífonas para los Salmos Responsoriales. Desde aquí, lo único que hicimos fue transformar ese trabajo de audio en vídeo, para poder subirlo.
miércoles, 8 de mayo de 2013
María, la buena pastora
A veces no sabemos hacia dónde mirar para saber cómo responder a eso que Tú, Señor, quieres de nosotros. Necesitamos pistas, referentes, modelos. Se nos olvida que has ido poniendo en nuestro camino personas concretas que nos hacen llegar tu proyecto; que nos transmiten que es real ya en nuestros días. Pero esas gentes no hablan de ellas mismas: hablan de ti, nos recuerdan a tu forma de pasar por el mundo, o tal vez a María. Mirémosla a ella, la madre buena, la “buena pastora”, la maestra: por su intuición, por su fidelidad a la voluntad de Dios.
Si puedo
Si puedo hacer, hoy, alguna cosa,
si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar un fallo humano,
si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.
si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar un fallo humano,
si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.
lunes, 6 de mayo de 2013
Viaje Virtual a Tierra Santa
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Una asignatura apasionante
La Conferencia Episcopal Española lanza un nuevo vídeo sobre la clase de religión
viernes, 3 de mayo de 2013
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