domingo, 29 de noviembre de 2020

Bendición de la Corona de Adviento

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.


Oremos.

La tierra, Señor, se alegra en estos días, 

y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, 

que se avecina como luz esplendorosa, 

para iluminar a los que yacemos en las tinieblas 

de la ignorancia, del dolor y del pecado. 

Lleno de esperanza en su venida, 

tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque 

y la ha adornado con luces. 

Ahora, pues, que vamos a empezar 

el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo, 

te pedimos, Señor, 

que, mientras se acrecienta cada día 

el esplendor de esta corona, con nuevas luces, 

a nosotros nos ilumines 

con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, 

iluminará todas las oscuridades. 

Él que vive y reina por los siglos de los siglos.



R/.   Amén.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Viva Cristo Rey (Lyric Video) - Jésed

Solemnidad de Jesucristo, rey del Universo


Con la solemnidad de Cristo, Rey del Universo -solemnidad que fue instituida por el Papa Pío XI, hace menos de 100 años-, la Iglesia celebra la soberanía de Cristo sobre todas las cosas creadas. Por eso, esta solemnidad se celebra el último domingo del Año Litúrgico, para indicar que Cristo es principio y fin. 

En el mundo actual hemos puesto al ser humano en el centro de todo, y esta fiesta nos recuerda que el centro de todo es Jesucristo, el Hijo de Dios, el rey, que se ha sometido y humillado para hacernos Hijos, Profetas, Reyes, Sacerdotes en Él. 

Nos recuerda también que la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la Historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno. 

Proclamamos en esta solemnidad el texto evangélico de Mateo 25, 31-46, el famoso texto de «lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis». El Señor explica cómo entraremos a encontrarnos con Él, el rey, en el reino de los cielos: habrá un juicio sobre el amor al prójimo. No se nos preguntará cuántas cosas hemos hecho o conseguido, no se nos pedirá el currículum, sino que se nos preguntará cómo hemos amado al prójimo. 

"Yo soy rey". Es evidente que Jesús nunca tuvo ambiciones políticas, pues para Jesús el reino es otra cosa: "Si mi reino fuera de este mundo, lo que están conmigo, habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos". Jesús quiere hacer comprender que por encima del poder político, hay otro mucho mayor, que no se consigue con medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder... que es el amor, dando testimonio de la Verdad. Se trata de la verdad divina, que en definitiva es el mensaje esencial del evangelio: Dios es amor. Y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Este es el reino del que Jesús es rey. Y que se extiende hasta el final de los tiempos.

El creyente está llamado a amar como Cristo, hasta el extremo, renunciando a sí mismo. El creyente sabe que no basta con la fe, o con rezar, o con tener una vida sacramental, sino que también son imprescindibles las obras de la fe, el poner la fe en acción. Lo que hagamos para el prójimo -especialmente el más necesitado- lo estamos haciendo para Jesucristo. Esta es la exigencia de nuestro Rey para que podamos entrar a su presencia. No es opcional: amar a Dios sobre todas las cosas, amar a Dios en el prójimo, amar como Dios ama. Este es el mandato de nuestro Rey: amar. 

Jesús nos pide hoy que le permitamos que se convierta en nuestro rey. Un rey que con su palabra, su ejemplo y su vida inmolada en la cruz nos ha salvado de la muerte. E indica este rey el camino al hombre perdido, da nueva luz a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por las pruebas cotidianas. Él podrá dar un nuevo sentido a nuestra vida. Jesús no vino para dominar pueblos y territorios, sino para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado. Que la virgen María nos ayude a recibir a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino dando testimonio a la verdad que es Amor.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Nuevos aforos en las iglesias

En aplicación a la nueva normativa de la Xunta de Galicia, el aforo de las iglesias de Padrón, Iria y La Esclavitud se limita a 50 personas.

En Herbón y Ribasar, se mantiene el aforo en el límite de 25 personas. 



domingo, 1 de noviembre de 2020

Solemnidad de Todos los Santos, momento de comunión con toda la Iglesia

La Iglesia celebra el 1 de noviembre a Todos los Santos y el día 2, conmemora a los fieles difuntos.

Un momento particularmente sentido en comunión “no solo con la Iglesia extendida por toda la tierra, sino también con la Iglesia triunfante del cielo, los santos, y con aquellos cristianos, hermanos nuestros” que ya dejaron este mundo. Es el significado de la Solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los fieles difuntos que se celebra, respectivamente, el 1° y 2 de noviembre. 

Con respecto a la conmemoración de los difuntos: “rezar por los difuntos es tan antiguo como la misma Iglesia. Incluso anterior” y “ya en el Antiguo Testamento, conforme avanza la preparación para el misterio de Cristo, va aflorando la esperanza en la resurrección. La esperanza cristiana animará siempre a la oración”.

“Nuestra oración, especialmente unida a la eucaristía, servirá para ayudar a que el difunto, purificado de toda mancha de pecado, pueda gozar de la felicidad eterna.”

Existen varias tradiciones españolas para conmemorar a quienes ya no están, pero, la más sencilla y popular, es sin duda, “la visita al cementerio. Ahí rezamos por ellos y adornamos con flores el lugar donde están sepultados”.

De esta manera, “vivimos así, en lo personal, a nivel de sentimiento y devoción, lo que celebramos con toda la Iglesia”.

De ahí la invitación a participar en la misa de los difuntos porque “son dos celebraciones distintas, que nos ayudan a estar en comunión con la Iglesia entera, y es una realidad mucho más grande que los fieles que peregrinamos todavía en este mundo camino de la casa del padre, poseemos”.


Solemnidad de Todos los Santos, la fiesta del cielo


El día de Todos los Santos es una Solemnidad en la que la Iglesia celebra juntos la gloria y el honor de todos los Santos, que contemplan eternamente el rostro de Dios y se regocijan plenamente en esta visión. A nosotros, fieles, este día nos enseña a mirar a aquellos que ya poseen el legado de la gloria eterna.

Algunos la llaman también "Pascua de Otoño", la importante solemnidad que hoy celebramos como miembros activos de una Iglesia que una vez más no se mira a sí misma, sino que mira y aspira el cielo. La santidad, en efecto, es un camino que todos estamos llamados a seguir, siguiendo el ejemplo de nuestros hermanos mayores que nos son propuestos como modelos porque han aceptado dejarse encontrar por Jesús, hacia quien han ido con confianza trayendo sus deseos, sus debilidades y también sus sufrimientos.

El significado de la solemnidad

La memoria litúrgica dedica un día especial a todos aquellos que están unidos a Cristo en la gloria y que no sólo son indicados como arquetipos, sino también invocados como protectores de nuestras acciones. Los Santos son los hijos de Dios que han alcanzado la meta de la salvación y que viven en la eternidad esa condición de bienaventuranza bien expresada por Jesús en el discurso de la montaña narrado en el Evangelio (Mt 5, 1-12). Los Santos son también los que nos acompañan en el camino de la imitación de Jesús, que nos conduce a ser la piedra angular en la construcción del Reino de Dios.

La Comunión de los santos

En nuestra Profesión de Fe afirmamos que creemos en la Comunión de los Santos: con esto queremos decir tanto la vida como la contemplación eterna de Dios, que es la razón y el propósito de esta comunión, pero también queremos decir la comunión con las "cosas" santas. Si, en efecto, los bienes terrenales, en cuanto son limitados, dividen a las personas en el espacio y en el tiempo, las gracias, los dones que Dios hace son infinitos y de ellos todos pueden participar. Especialmente el don de la Eucaristía nos permite vivir ya ahora la anticipación de esa liturgia que el Señor celebra en el santuario celestial con todos los santos. La grandeza de la redención se mide por el fruto, es decir, por los que han sido redimidos y han madurado en la santidad. La Iglesia contempla en sus rostros su vocación, la condición de humanidad transfigurada en el camino hacia el Reino.

Orígenes e historia de la fiesta

Esta fiesta de la esperanza, que nos recuerda el objetivo de nuestra vida, tiene raíces antiguas: en el siglo IV comienza a celebrarse la conmemoración de los mártires, común a varias Iglesias. Los primeros vestigios de esta celebración se encontraron en Antioquía el domingo siguiente a Pentecostés y San Juan Crisóstomo ya hablaba de ello. Entre los siglos VIII y IX, la fiesta comenzó a extenderse por toda Europa, y en Roma específicamente en el siglo IX: aquí el Papa Gregorio III (731-741) eligió como fecha del 1 de noviembre para coincidir con la consagración de una capilla en San Pedro dedicada a las reliquias "de los santos apóstoles y de todos los santos mártires y confesores, y de todos los justos perfeccionados que descansan en paz en todo el mundo". En la época de Carlomagno, esta fiesta ya era ampliamente conocida como la ocasión en que la Iglesia, que todavía peregrina y sufre en la Tierra, miraba al cielo, donde residen sus hermanos y hermanas más gloriosos.