Aquí las soluciones:
El evangelio de este domingo nos presenta una de esas escenas en las que Jesús desenmascara las apariencias y va directo al corazón. Nos invita a fijarnos no solo en lo que se da, sino en cómo y desde dónde se da. Los escribas, tan pendientes de la imagen y del estatus, han olvidado la esencia de la fe: servir, no servirse. La viuda, por otro lado, da desde la generosidad pura, sin reservas ni necesidad de ser vista. Con ese pequeño acto, ella nos enseña que Dios ve más allá de lo que el mundo considera importante y valora la entrega sincera.
Jesús aprovecha esta escena para hacernos reflexionar sobre nuestras propias motivaciones y nuestra relación con lo material. Muchas veces damos lo que nos sobra, como si eso bastara para cumplir, pero nos cuesta ofrecer desde el corazón. La viuda nos inspira a confiar y dar lo mejor de nosotros, aunque parezca poco, porque para Dios, no se trata de la cantidad, sino del amor y la entrega con los que compartimos. ¿Y tú, qué estás dispuesto a dar, incluso en tu necesidad?
Este Evangelio nos recuerda que el amor es el centro de la vida cristiana, y Jesús lo sintetiza en dos mandamientos inseparables: amar a Dios con toda el alma, el corazón y las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Cuando el escriba, un experto en la Ley, escucha esta respuesta, queda impresionado, no porque sea una novedad en sí, sino porque Jesús coloca estos dos mandamientos en igualdad de importancia y en una relación indisoluble. Amar a Dios y amar al prójimo no son actos separados, sino que juntos conforman la esencia de una vida verdaderamente cristiana. Jesús, con su vida y sus palabras, nos enseña que este amor no se reduce a palabras o a sacrificios externos, sino que implica una conversión profunda del corazón. Este mensaje, que escuchamos desde pequeños, es siempre un reto porque nos exige una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, y nos impulsa a vivir cada día con sinceridad y autenticidad.