Como era el tiempo de invierno y en aquel año de 1457 se estaba distinguiendo por la intensidad de su crudeza, la mujer creyó que Rita deliraba ya por su enfermedad y juzgando un desatino el encargo de la enferma, regresó a la villa sin acordarse para nada de la rosa.
Pero pasando junto al huerto de la casa de Rita, bien fuera por curiosidad o por impulso sobrenatural, entró en él y vio con asombro que de la rama de un rosal medio cubierto por la nieve, pendía una rosa fresca y lozana.
Loca de alegría, la corta, retorna a Casia y entrega a Rita la rosa deseada, que se conservó largo tiempo fresca despidiendo un intenso perfume.
Este hecho originó el que las religiosas agustinas de Casia acostumbrasen cubrir con rosas la urna en que yace el cuerpo incorrupto de santa Rita, especialmente el 22 de mayo, aniversario de su piadosa muerte.
Estas rosas eran distribuidas todos los años entre los bienhechores y amigos de convento, los cuales las conservaban como preciosas reliquias.
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