miércoles, 26 de julio de 2023

Qué es el Palio Arzobispal y qué significa

Ayer, festividad del Apóstol Santiago, el nuncio de Su Santidad en España, monseñor Bernardito Auza, impuso a mons. Francisco Prieto el palio arzobispal.Pero, ¿qué es el Palio Arzobispal y qué significa?

El palio es una estola blanca de lana de cordero que tiene la forma de una doble Y, y se coloca sobre la casulla. Está decorado con seis cruces negras de seda, que representan las heridas de Cristo, y está adornado en el centro, espalda y laterales, con un pasador dorado, que recuerdan los clavos de la cruz. El palio recuerda a la oveja sobre los hombros de Jesús, el Buen Pastor, y simboliza la comunión de los obispos con el Papa.

La lana, blanca, se obtiene de corderos que cuidan las religiosas del convento romano de San Lorenzo de Panisperna, y que los Canónigos Regulares Lateranenses ofrecen cada año al pontífice el día de santa Inés (el 21 de enero), que fue martirizada cortándole el cuello, como antes se hacía con los corderos. Los palios son tejidos y preparados por las monjas benedictinas de Santa Cecilia del Trastévere y conservados en la basílica de San Pedro, en una caja de plata colocada a los pies del Altar de la Confesión, junto a la tumba de Pedro. Desde 2015, durante la misa del 29 de junio, los palios son bendecidos y entregados por el Papa, pero son impuestos (colocados) solemnemente más tarde, en las diócesis de cada arzobispo, así pueden asistir los fieles a la imposición de este signo de autoridad y comunión con Roma.





 

martes, 25 de julio de 2023

Himno al Apóstol Santiago

Hoy celebramos a Santiago Apóstol

Santiago, hijo de Zebedeo, hermano del apóstol san Juan, fue el primero de los apóstoles en beber el cáliz del Señor, cuando participó en su Pasión, al ser decapitado por orden del rey Herodes. De esa manera anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de Cristo.

El nombre Santiago, proviene de dos palabras latinas Sant Iacob. Porque su nombre en hebreo era Jacob. Los españoles en sus batallas gritaban: «Sant Iacob, ayúdanos». Y de tanto repetir estas dos palabras, las unieron formando una sola: Santiago.

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; se le llama el Mayor, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Con sus padres —Zebedeo y Salomé— vivía en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea. Él y su hermano Juan, eran pescadores. Y fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar, con Zebedeo, su padre, en la orilla del lago de Genesaret. Inmediatamente dejaron la barca y a Zebedeo, su padre, y lo siguieron.

Recibieron de Cristo el nombre «Boanerges«, significando “Hijos del trueno”, por su impetuosidad y ardoroso celo. En una ocasión, Jesús no fue bien recibido por los samaritanos y los dos hermanos le preguntaron a Jesús si quería que hicieran bajar fuego del cielo para consumirlos. Su madre, que no se quedaba atrás, acompañada por sus hijos, pidió a Jesús que sus dos hijos se sentasen en su trono, uno a la derecha y otro a la izquierda, a lo que el Señor les respondió: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber y recibir el bautismo que yo voy a recibir?” A lo que respondieron ardorosamente: “¡Podemos!”

Durante la vida pública de Jesucristo, Santiago fue uno de los predilectos: Estuvo presente, junto con su hermano Juan y con Pedro, en la curación milagrosa de la suegra de Pedro y en la resurrección de la hija de Jairo. Con ellos, fue testigo ocular de la Transfiguración de Jesús. Y también lo acompañó de cerca durante su agonía en el huerto de Getsemaní.

Santiago cumplió su misión en Galicia, a la que los romanos llamaron «Finis Terrae» (Fin de la Tierra) —por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido—, cumpliendo el mandato del Señor de predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra.

Tiempo después, cuando regresó a Palestina, para reunirse con los otros apóstoles y ver cómo le iba a cada uno, fue torturado y decapitado por el rey Herodes Agripa I.

Sus discípulos Teodoro y Atanasio, en secreto, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta el puerto de Jaffa y colocaron su cuerpo en un barco que se dirigía a Iria Flavia. Llegados a Iria y al no poderlo enterrar en aquellas tierras se dirigieron al monte Libredom, donde sí lo pudieron hacer.

Tiempo después de ser depositado su cuerpo en aquel monte, y una vez muertos sus discípulos se olvidó la existencia del mismo, por más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), el obispo Teodomiro vio unas estrellas en el cielo que parecían señalarle un lugar. Avisado el rey Alfonso, ambos se dirigieron al lugar, donde encontraron los restos del Apóstol, identificados por la inscripción en la lápida. El Rey Alfonso II proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí un santuario que más tarde llegaría a ser la Catedral Compostelana. 
 

 

sábado, 22 de julio de 2023

XVI Domingo del Tiempo Ordinario A

Jesús como ya vimos el domingo pasado con la parábola del sembrador, expone la peculiaridad de su mensaje utilizando analogías con situaciones de la vida diaria bien conocidas por sus oyentes. Son parábolas con un contenido impresionante, pero sobre todo deben ayudarnos a descubrir lo que hay en nuestra vida de hombres y mujeres seguidores de Jesús.

La cizaña crece junto al trigo, pero su aparición no es espontánea ni fruto del azar, sino que es sembrada por alguien. La cizaña crece junto al trigo, incluso puede confundirse con él en un principio, se corre un riego grande si se trata de arrancarla, pues se puede arrancar también al trigo. No hay mas remedio, deben crecer juntas. Y aquí aparece la primera dificultad, hay que saber distinguir lo que es buena semilla, y lo que es mala, y esto a veces no es fácil. Si no se hace bien puede confundirse. Jesús siembra la buena semilla en nuestro corazón y espera que esta germine, y no entiende como a veces no da buenos frutos, sino todo lo contrario. Lo que ha sucedido es que en vez de escoger la semilla del buen sembrador, escogemos otras.

Por otro lado, ya sabemos que a Jesús le perecen mal todos los pecados, pero hay algunos que le suenan peor que otros. Lo hemos oído hablar y citar en más de una ocasión su desagrado con: los que prestan dinero a usura, los que presumen de lo bueno que son, los que estafan a las viudas y a los huérfanos, ahora diríamos a los inocentes y confiados en las personas, a los que no se ocupan de los necesitados. Y hoy como ejemplo de mala hierba, nos pone a la cizaña, todos sabemos que se entiende por una persona cizañera: son aquellos que pasan su vida sembrando mal ambiente allá por donde van, son potadores de celos, de envidias y de difamaciones. Tiran la piedra y esconden la mano, utilizan malos gestos, malas palabras, en definitiva crean mal ambiente. No cabe duda de que estos no son preferidos de Jesús.

Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, completan la anterior. Las dos hacen alusión a como es el Reino de Dios. Es como un grano de mostaza pequeño, pero que cuando germina se hace el mas grande de los árboles, o como la levadura que hace que toda la masa fermente, crezca, y con ella se puedan hacer grandes cosas. Así debería ser nuestra vida de fe. Lo que empezó en el bautismo, poco a poco debería haber ido creciendo y haciéndose grande dentro de mi, con la participación en los sacramentos, con la vivencia de los valores cristianos, con mi vivencia de lo que significa ser discípulo de Jesús. Yo tengo que saber como es de robusto el árbol de mi fe, ¿ha crecido con el tiempo o está igual que cuando era pequeño?, ¿me he preocupado de cuidarlo, de podarlo, de echarle agua, o apenas ha prendido y lo he descuidado totalmente? Esta parábola nos anima pensar sobre esto.

La parábola de la levadura va en la misma dirección. Mi vida de fe, debería ser fermento, en los ambientes donde vivo, debería notarse, debería contagiar a las personas que viven junto a mí, eso es lo que hace la levadura. Puedo preguntarme entonces, cómo voy a ser lavadura para los demás, si ni siquiera soy levadura para mí mismo, como voy a contagiar de algo de lo que yo no estoy convencido.


 

domingo, 2 de julio de 2023

13º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

En el evangelio, Jesús sigue instruyendo a los suyos, o sea a nosotros, a los que venimos cada domingo a escucharle. La semana pasada nos dijo como el hecho de seguirle podría acarrearnos problemas y que ante eso nos mantuviéramos fieles, porque nosotros valemos más que los gorriones. Eso nos decía la semana pasada. Pues bien, ahora abundando un poco mas en la idea, nos enseña que la opción por él, por Jesús, debe ser total. La fidelidad a Jesús no puede estar supedita por otras fidelidades humanas. Con Jesús no sirven las medias tintas, ni las indecisiones, ni las ambigüedades. La exigencia del seguimiento es fuerte, nos compromete hasta lo más profundo de nosotros mismos.

En este tiempo de calor, cuando a uno le cuesta hasta pensar, esta palabra del Señor, nos puede sonar a demasiado exigente, y es posible que así sea. Esta exigencia se manifiesta, entre otras,  en dos afirmaciones: primero, hoy me dices que mi a amor a ti debe estar incluso por encima que del de mi propia familia. Como dicen hoy: eso es muy fuerte. Ojo que ha habido algunos que han mal entendido este texto, y han dejado sus obligaciones familiares, por una hipotética llamada de Dios, permitidme que en principio dude de esa llamada del Señor. La auténtica llamada  se realiza, cuando lleva consigo primero el cumplimiento de tus obligaciones familiares, en respuesta al cuarto mandamiento que todos conocemos.

Entonces ¿por qué Jesús utiliza esta comparación confusa? Simplemente porque quiere transmitirnos esa necesidad de ser mas fieles, y lo hace utilizando una comparación que efectivamente nos haga pensar, una comparación que nos despierte y nos haga reflexionar. Jesús quiere que lo sigamos, si, pero cumpliendo con nuestras obligaciones de padres o de hijos. Como decía antes, desconfiemos de aquel seguimiento que lleva consigo el dejar desamparado a algún familiar cercano. Ahí seguro que no está Dios.

Dejando esto claro, puedo pasar a la segunda exigencia, también de categoría, ¿cómo llevo la cruz de cada día? Y preguntarse por la cruz es preguntarse por la vida misma, ¿cómo me comporto ante la dificultad, ante los problemas?, me enfrento con ellos, con decisión, o si puedo se los echo al vecino. Ahí es donde tengo que demostrar mi fidelidad a Jesús, el ejemplo suyo lo tenemos bien claro, el se agarró a la cruz,  la subió hasta el monte, e incluso dio la vida en ella. Tengo que reconocer Señor que la mayoría de las veces, ante las cruces de la vida no doy la talla, si puedo me las quito de encima a la menor oportunidad, hago como Pedro y los Doce que desaparecieron en esos momentos de tu lado.