domingo, 26 de febrero de 2023

I Domingo de Cuaresma A

En este primer domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta los dos polos entre los que se desarrolla la historia de la salvación: la presencia continúa de Dios que nos salva, por un lado, y el pecado del hombre por otro. Dios que quiere llevarnos por el buen camino y nosotros siempre dispuestos a no escuchar su voz y a dejarnos llevar por otras voces.

El evangelio nos habla de las tentaciones que sufrió Jesús, que no son muy distintas, en el fondo, a las nuestras. Por eso es una buena ocasión para aprender a desenmascararlas con el mismo estilo con él que lo hizo, pero seguro que no con el mismo éxito.

Como Jesús, sentimos la constante invitación a llevar una vida al margen de Dios, es la tentación de organizar nuestra vida desde el punto de vista únicamente humano, dejando a Dios de lado. No es una tentación que nos lleve a negar la existencia de Dios con la palabra, sino a organizar mi vida como si Dios no existiera. Nos declaramos creyentes, pero en la práctica no se nota mucho.

La segunda tentación es aquella que nos lleva a hacer de Dios como alguien al servicio de nuestros intereses. Vemos a Dios como un recurso del que poder disponer según el propio gusto o las necesidades de cada momento. Dios es un objeto que utilizo a mi antojo: utilizo a Dios cuando lo necesito, pero sólo y exclusivamente para esto. Tengo una necesidad, acudo a él, luego, posiblemente ni me vuelva a acordar hasta que no vuelva a necesitarlo. Suele ser esta una tentación frecuente entre muchos cristianos.

Nuestra tercera tentación, como la de Jesús, es una invitación a buscar el poder prepotente y triunfalista. En nuestra sociedad el amo del mundo ¿quién es?, siempre es el que más puede o el que más tiene, poder y fuerza son nuestra metas. Todo lo que sea hablar de servicio, de gratuidad, no cuenta para nada. El dinero y la fuerza, son los referentes fundamentales para determinar los honores y los privilegios. Nosotros también tendremos esta tentación, nos gustará aparentar, ser reconocido por encima de los otros, considerarnos superiores. Es la tentación del orgullo y la soberbia.

Ante sus tentaciones, la reacción de Jesús fue rápida, clara y precisa. No se dejó enredar por la tela de araña y por las artimañas que le tendían. No se olvidó de Dios. Y es que la tentación es, precisamente, eso: una llamada a olvidar a Dios, a renunciar a El como componente de nuestra historia individual y colectiva. Jesús, verdadero hombre, tuvo la tentación de renunciar a Dios, olvidarse de su misión y construir su vida a su gusto, y a su capricho. ¿Qué debemos hacer nosotros? Tratar de actuar como actúo Jesús, esa debe ser nuestra meta: con elegancia, con firmeza, con serenidad y decisión atajar a aquello que intenta separarnos de lo que Dios nos pide a cada uno.

Es verdad que nosotros, siempre tendremos que reconocer nuestros fallos, nuestras caídas, pero lo que nunca nos puede faltar es la ilusión, el deseo, y la esperanza de superar aquello que son nuestras mayores debilidades. Que no nos dejemos dominar por ellas, aunque tengamos que reconocer nuestros errores. El Señor nos conoce y sabe que somos barro, pero hemos de ofrecerle al Señor todo nuestro deseo de superación a la ahora de mejorar las cosas que hacemos mal.

El tiempo cuaresmal es una nueva oportunidad que nos ofrece el Señor, y depende de nosotros el aprovecharla o no, si queremos, Dios se hará el encontradizo con nosotros pasará a nuestro lado y nos dirá "te invito a que resucites conmigo la noche de la Vigilia Pascual".

sábado, 18 de febrero de 2023

VII Domingo del Tiempo Ordinario, A


Según el evangelio de hoy, para un discípulo de Jesús, es normal hacer siempre algo extraordinario. Y el amor a los enemigos es en realidad algo muy extraordinario. En nuestro barro ha sido depositado el amor de Dios, que es el que saca fuerzas de flaqueza porque la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad.
 
Según el diccionario enemigo es persona que desea o hace mal a otra. ¿Amar al enemigo?, pero ¿cómo?, y sobre todo ¿por qué?, ¿por qué tengo que amar a quien de alguna manera desea o quiere mi mal? Desde nuestro ser humano y cotidiano aparecen en nuestra vida personas que nos ofenden, que nos hacen daño. Desde nuestra realidad de creyentes que tenemos un mismo padre, ese que me hace daño es también mi hermano porque es hijo de Dios. A veces en la familia las relaciones no son fáciles, dejamos de hablarnos con hermanos o familiares cercanos por algún conflicto, y estas situaciones nos causan sufrimiento y dolor, porque en el fondo son nuestros hermanos y los queremos. A pesar de esto seguimos sin encontrar respuesta a la invitación de Jesús, cómo dar amor a aquel que quiere mi mal. No hay una respuesta que nos convenza, pero el mensaje y el mandamiento de Jesús están ahí, no los puedo cambiar.
 
Sin embargo contemplamos a menudo situaciones en las que la violencia o el rencor se dejan sentir en el marco de las relaciones humanas. Animados por el espíritu de Jesús es posible acabar con el círculo vicioso del odio y la venganza. Sólo el amor es capaz de obrar el milagro de la auténtica reconciliación.

sábado, 4 de febrero de 2023

V Domingo del Tiempo Ordinario A

Podemos estar empeñados en pretender cambiar el mundo sólo con la mera repetición de unas fórmulas aprendidas, podemos pretender que con el mero cumplimiento de unos preceptos ya hacemos lo suficiente, podemos refugiarnos en la confianza ciega de aquel que no hace nada, esperando que le salve la divinidad.
 
Ese no es el Dios en el que nosotros creemos. Nuestro Dios es aquel que utilizó los labios de Isaías, para indicarnos nuestra equivocación, es aquel que nos envió a su Hijo y nos enseñó el camino. Para que hoy yo clame al Señor y me escuche tengo que acercarme al necesitado, que sí que los hay, siempre hay alguien que necesita de mi presencia, no solo para que lo ayude económicamente; hay gente que necesita de mi cercanía, de mi ayuda, de mi sonrisa, de mi mano en el hombro, y yo por mi egoísmo, por mi soberbia, por mi dejadez, por el que dirán le doy de lado. Cuando yo me atreva a cambiar mi corazón, y lo haga mas misericordioso, sencillo, limpio, compasivo, tierno, entonces clamaré al Señor y el me escuchara, y yo notaré su presencia junto a mí. Mientras me refugie en otras cosas, que no hagan realidad esto, el Señor aunque me espere, porque siempre me espera, siempre espera mi cambio, el Señor no estará contento conmigo.
 
San Mateo, en el evangelio nos sigue insistiendo en lo importante del testimonio en la vida del cristiano. Yo tengo que ser luz y sal para los que me rodean. ¿Pero como voy a ser luz para los otros si mi vela esta apagada?, ¿cómo voy a ser sal, si mi comportamiento es insípido?. Parece que solo nos queda reconocer ante el Señor, nuestra falta de autenticidad en lo que dice relación a nuestra fe. Somos creyentes, porque estamos bautizados, pero nuestra conducta no demuestra esa realidad, el peso de nuestra fe a la hora de determinar nuestra conducta es demasiado poco.
 
La Eucaristía de hoy es una invitación a dejarnos de teorías y pasar definitivamente a la acción. Es la hora en la que esa frase tan falta de sentido, y que se ha hecho tan popular entre nosotros “soy creyente, pero no practicante” hay que arrojarla a la papelera. Se entiende que no practican porque no van a misa... cuando la práctica del cristiano además de ir a misa, lleva consigo otras cosas también muy importantes... si uno es creyente tiene que comportarse como tal, sino es así es porque en realidad no creemos lo que decimos.
 
Reconocerse pecador en una actitud fundamentalmente religiosa, pero ese reconocimiento debe llevar consigo también una actitud enérgica de intentar ser mas auténticos y más profundos a la hora de ser luz y sal para los otros. Echa una mirada a tus actos, echa una mirada a tu conducta, de verdad, ¿ella puede ser luz y sal para los que la ven?