Fueron muchos los pueblos
invasores, que desde siempre intentaron conquistar o conquistaron Oriente Medio,
especialmente la región donde Jesús nació y vivió. Ya tenemos noticias de que fue
conquistada por los pueblos egipcios y el mundo anatólico (la actual zona
asiática de Turquía).

Sin embargo, la realidad era que,
por más que David era a la vez rey de Judá y de Israel, el pueblo al que
gobernaba estaba y se sentía aún dividido en dos. Sólo los unía la obediencia
al rey, lo que convertía al gobierno en una monarquía personalista y, por lo
mismo, inestable. Más tarde, Salomón sufrirá el mismo problema: conseguirá
sostener la unidad, pero la misma se hará trizas 24 horas después de su muerte.
Así, el reino se dividirá en dos:

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El Reino de Israel al norte (el resto de las tribus:
Simeón, Dan, Efraín, Rubén, Isacar, Dad, Manases, Zabulón, Aser y Neftalí), con
Jerooán como primer rey, que se establece en Siquén y, al no tener ya a
Jerusalén como lugar de culto, erige dos santuarios: San, al norte, y Betel, al
sur. Pero estos centros de culto pronto se contagian de prácticas paganas.
Por su posición estratégica entre
Egipto y las potencias Mesopotámicas, ambos reinos eran muy vulnerables a las
invasiones. En tiempos de David y de Salomón se vivió una época de paz, pues
ninguno de los reinos vecinos era lo suficientemente fuerte como para atacarlos.
Sin embargo, luego de la división, las naciones de Siria, Amón y Moab
ocasionaron crecientes perturbaciones tanto al reino de Judá, como al reino de
Israel.
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