Luego de la Ascensión, en una de las apariciones de Jesucristo a los apóstoles, les dijo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.» (Mt 28, 19-20a). Santiago Zebedeo, luego de estas palabras decidió ir hasta el fin del mundo conocido, el Finis Terrae para predicar la Buena Nueva. Según la tradición llegó a estas tierras de Iria Flavia, donde permanecería unos seis años. Luego, tras ese tiempo, todos los apóstoles regresarían a Jerusalén para hablar de cómo le iban las cosas en las tierras en las que estaban.
La idea de Santiago, era ir y luego volver para continuar su labor evangelizadora. Por eso, llevó consigo dos discípulos de estas tierras, llamados Teodoro y Atanasio. Sin embargo, estando en Jerusalén, Herodes lo manda decapitar y tirar sus restos al desierto, para que las alimañas hicieran el resto.
Al amparo de la noche, por miedo a ser descubiertos, sus discípulos fueron al desierto y robaron el cadáver. Lo colocaron en una embarcación con destino al puerto del Murgadán, en Padrón, Iria Flavia.
Al llegar, amarraron la barca/barco a un ara romana dedicada al dios Neptuno, dios del mar para los romanos. Desde ese momento, ese ara romana, dejó de ser un símbolo romano, para ser un símbolo cristiano.
Ese ara, llamado Pedrón, daría posteriormente nombre al topónimo del pueblo: PADRÓN.
Desde aquí, los restos del Apóstol fueron colocados en un carro que la reina Atia –conocida como Lupa- puso a disposición de Atanasio y Teodoro, luego de comprobar que sus dioses nada tenían que ver con el Dios cristiano. El lugar escogido para enterrar el cuerpo del Apóstol, sería aquel en el que los bueyes que tiraban del carro, parasen.
Y lo hicieron, en el llamado Monte Libredom, donde hoy se levanta la actual catedral de Santiago.
Con los dibujos de abajo, ¿serías capaz de escribir una historia?
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