En la audiencia más emotiva y conmovedora de todo su
pontificado, Benedicto XVI se despidió públicamente como Pontífice ante los
200.000 fieles congregados en la plaza de San Pedro con unas palabras
contundentes: «No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros
recepciones, etc. No abandono la cruz sino que permanezco de un modo nuevo
junto al Señor Crucificado».
En el servicio de la plegaria
El Santo Padre afirmó que a partir de la noche del jueves
«dejaré de llevar la potestad de gobierno, pero permanezco en el entorno de san
Pedro con el servicio de la plegaria».
Benedicto XVI se mostraba contento y conmovido por las
muestras de cariño de los 200.000 fieles reunidos a despedirle. Reconoció haber
tenido momentos «de gloria y de luz» y momentos «de aguas agitadas y viento
contrario» a lo largo de estos casi ocho años, «pero en ningún momento me he
sentido solo».
Confianza en el Señor
En el momento de la despedida, Benedicto XVI manifestó
sentir «una gran confianza, porque sé, porque sabemos todos, que la Palabra de
verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia».
El Papa agradeció la ayuda recibida de los cardenales de
todo el mundo y de la Curia vaticana, así como la ayuda de los embajadores, y
también de los periodistas.
Miles de cartas de agradecimiento
Agradeció también las miles de cartas recibidas en las
últimas semanas de muchos de fieles corrientes «que me escriben como hermanos y
hermanas, como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy
afectuosa».
También señalo las cartas de jefes de Estado y personajes
importantes.
Su última lección como Papa subrayó que en esas cartas y
mensajes de personas sencillas «se puede tocar lo que es la Iglesia: no es una
organización, no es una asociación para fines religiosos o humanitarios, sino
un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de
Jesucristo».
Amar a la Iglesia es tomar decisiones difíciles
El Papa recordó que ha dado el paso de renunciar «en la
plena conciencia de su gravedad y de su novedad, pero también con una profunda
serenidad de ánimo», pues «amar a la Iglesia significa tener la valentía de
tomar decisiones difíciles, dolorosas, teniendo siempre delante el bien de la
Iglesia y no el propio».
Sus últimas palabras en la catequesis en italiano fueron una
súplica de plegarias a los fieles que abarrotaban la plaza de San Pedro: «Os
pido que me recordéis delante de Dios y, sobre todo, que recéis por los
cardenales llamados a una tarea muy relevante y por el nuevo Sucesor del
Apóstol Pedro. Que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu».
(ReL)
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