Durante largo tiempo, los científicos han estado tratando de saber cómo empezó a existir el mundo. En Europa central, por ejemplo, un instituto para la investigación nuclear llamado el CERN construyó una máquina para intentar recrear el Bin Bang. Es muy interesante, muy bueno, técnicamente.
Sin embargo, hay gente que piensa que la Iglesia está contra ese tipo de cosas y sólo acepta el relato bíblico de la creación, que aparece en el libro del Génesis, para explicar cómo ha sido creado el universo (estaríamos así hablando del llamado creacionismo). La verdad es que eso no es cierto. La Iglesia no se opone en absoluto a la ciencia. ¡Más bien al contrario!
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha proporcionado muchos grandes científicos. por ejemplo, fue un sacerdote católico, el Padre Georges Lemaître (+1966), el primero que propuso la teoría del Big Bang. Fue largamente premiado por la Iglesia, lo que en sí mismo demuestra que su teoría no contradice las afirmaciones de la fe.
De hecho, mientras que las ideas del P. Lemaître encontraron mucha resistencia fuera de la Iglesia, fue apoyado por el Papa Pío XII (+1958). A pesar de que la teoría del Big Bang no supone evidencia directa, científica de que Dios crease el universo, es compatible y coherente con el relato bíblico de la creación de la nada (ex nihilo, como es conocida), que se inició con la luz (Gen 1,3). No hay nada que nos impida ver a Dios como el que provocó la chispa que encendió el petardo, hace unos 14.000 millones de años.
Al igual que el Big Bang, la teoría de la genética, también fue formulada por primera vez por un sacerdote, Gregor Mendel. La imagen del universo y de la vida propuesta en esas teorías es la de un desarrollo gradual a lo largo del tiempo. Esta imagen es coherente con la comprensión católica del mundo, en la cual Dios ofrece a sus criaturas la dignidad de contribuir libremente a este desarrollo. De hecho, la palabra latina para decir desarrollar, evolvere, que san Agustín utilizó a principios del siglo V para describir el desarrollo del universo, es el origen de la palabra moderna "evolución". Sin embargo, las teorías científicas solo describen cómo cosas físicas se transforman en otras cosas físicas. Ya que las cosas que se describen no son auto-causadas (no se han creado a sí mismas), sigue siendo necesaria una primera causa. A esta primera causa de todas las cosas, normalmente la llamamos "Dios". Además, tanto pensadores católicos como no católicos han percibido gran orden y belleza en la forma en que el universo ha sido conjuntado. Aunque no sea una prueba formal, este orden subyacente conduce a creer que el universo es la obra de una inteligencia creativa, divina.
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