El dogma de la Inmaculada, ha sido definido con valentía y sin complejos por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
"Eres inmaculada por haber sido preservada de toda mancha del pecado, y de la culpa del pecado original, desde el primer instante de tu concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, salvador del género humano" (Bula Ineffabilis Deus [DS 2803]).
Desde una dimensión bíblica, este dogma viene a cumplir y confirmar lo escrito proféticamente en el Antiguo Testamento por el profeta Oseas: "Yo seré su esposo para siempre, en justicia y derecho, en amor y en misericordia y en fidelidad" (Os 2, 21-22). Y también lo expresado en el Cantar de los Cantares: "Eres toda hermosa, amiga mía, y tacha de pecado no hay en tí, mi esposa" (Cant 4, 7-8).
Desde el misterio de su hijo Jesús, este dogma ofrece dos caras: no es tan sólo algo negativo (ser preservada del pecado original), sino algo muy positivo (ser la llena de gracia, la totalmente agraciada). En María descubrimos, por este dogma de la Inmaculada, nuestro gran secreto: hemos sido creador por Cristo, en Cristo y con Cristo. "Si vivimos, nos dirá San Pablo, vivimos para Cristo; si morimos, morimos para Cristo; en la vida y en la muerte somos de Cristo" (Rom 14, 8).
Pero además, desde el misterio de la Iglesia, María Inmaculada es signo y símbolo del resto santo de Israel, de la nueva Jerusalén que peregrina hacia su patria definitiva. Por ello, este dogma se une estrecha e íntimamente al de la Asunción, definido por Pío XII en 1950. Ambos dogmas se complementan.
No en vano, la Asunción lleva al extremo, de forma coherente, el final de la vida de María, la llena de gracia. Si ella desde el comienzo era toda de Dios, a Él le pertenece para siempre. Por eso María es asunta.
Visto desde la Iglesia, tanto el misterio de la Inmaculada como el de la Asunción nos indican nuestro origen y nuestro fin: salido de Dios, volveremos a Él.
Ambos, Inmaculada y Asunción, nos invitan insistentemente a recobrar la esperanza. Pero, ¿en qué? En que existe otra vida para siempre; por ello, aquí sólo somos peregrinos, estamos de paso.
Muy bien, pero a mí, ¿qué me afecta? ¿Qué me dice el dogma de la Inmaculada para mi existencia concreta?
Si quieres comprender en profundidad quién eres, cuál es el sentido de tu vida, cómo es tu humanidad, contempla a María. Desde ella, y desde su Hijo, descubrirás el secreto de su vida; y el siguiente decálogo:
1. Nuestro concepto de hombre-mujer no es ideológico ni utópico, tiene su punto de referencia en dos personas concretas: Jesucristo y María.
2. A su luz descubrimos que no somos frutos del azar ni náufragos de la nada: sabemos de dónde venimos y hacia donde caminamos: el Hogar trinitario.
3. A su luz descubrimos que somos un misterio y una inquietud permanente, porque nuestro corazón y nuestra mente inquietos llevan la marca y la huella misma de Dios. Sólo descansaremos en Él.
4. A su luz descubriremos la grandeza y el secreto de nuestro ser: somos espíritus encarnados; carne espiritualizada ("cuerpo y alma"); somos humanos y divinizados. En nosotros habita la divinidad, y de forma especial el Espíritu Santo.
5. A su luz descubrimos que estamos llamados a crecer en todas las dimensiones o niveles de nuestra persona y de forma armónica e integral (física, racional, emotiva, social, cultural, estética, ética, religiosa).
6. A su luz descubrimos dónde está la verdad que llena la cabeza, la belleza que llena el corazón y la bondad que llena nuestras obras.
7. A su luz descubrimos que somos seres, ante todo, "relacionales y abiertos"; nos descubrimos a nosotros mismos, a los demás, a la creación, al Señor.
8. A su luz somos capaces de superar dos tentaciones constantes que rompen el verdadero humanismo: el individualismo y el colectivismo. Somos personas comunitarias, únicas y solidarias.
9. A su luz descubrimos nuestra identidad: somos como todos, como algunos y como nadie. Él nos ama a cada uno de forma personal; y nos sostiene; y nos levanta. Él hace que nos conozcamos, nos aceptemos y nos donemos.
10. A su luz somos capaces de construir la civilización del amor y de la vida, rompiendo el círculo dramático del odio. En Jesús y en María encontramos la clave para dar sentido a la negatividad, al sufrimiento y al dolor en todas sus dimensiones. De qué manera tan acertada lo ha expresado el Papa Benedicto XVI, consciente de haberlo visto cumplido en la vida de María: "Quien se encuentra con Cristo no sólo no pierde nada, sino que gana todo".
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