Jesús ha resucitado, ¡aleluya!, es desde aquel primer momento el mensaje que la Iglesia ha seguido proclamando y que hoy solemnemente proclama otras vez a nuestra fe. De esta buena noticia de los ángeles y de las mujeres nació la Iglesia y ésta sigue siendo su esencia y su identidad. Como dice San Pablo, si Jesús no hubiera Resucitado vana sería nuestra fe. El centro de nuestra vida cristiana es nuestra fe en Jesucristo Resucitado. Dejémonos invadir por el gozo con que esta buena nueva llega hoy a nuestra fe. JESÚS VIVE, por tanto su mensaje de amor y de justicia tiene todo el apoyo de Dios.
Esta resurrección del Señor que hoy celebramos, es ante todo el fundamento de nuestra fe y de nuestra confianza en Dios. Nuestra esperanza se alimenta hoy de una forma definitiva, porque Jesús resucitado ya no puede morir. Dejemos que esta fe produzca un mensaje salvador en nuestro interior. Cada uno de nosotros experimenta cansancio, dudas, problemas, frustraciones normales en toda vida humana, la fe en la resurrección es la energía y el sentido para afrontar con esperanza la realidad conflictiva de la vida y el trabajo comprometido por lograr un mundo mejor. En nuestros tiempos esta resurrección es la fuente de nuestra verdad sobre Dios, de nuestro sentido de la vida y de la muerte y de nuestro compromiso por transformar este mundo según el evangelio de Jesús. En nuestros tiempos, el contemplar al resucitado es el fundamento de nuestra esperanza, una esperanza sin límites ni barreras.
La Resurrección nos da fuerzas para seguir pidiendo los unos por los otros, nos debe acercar más los unos a los otros, derribando muros y fronteras que nos dividen y que hacen que no seamos hermanos. La resurrección debe darnos fuerzas para seguir realizando nuestra tarea en la parcela de la Iglesia que cada uno tiene encomendada. La resurrección hace que ante la realidad de la vida, nuestra primera reacción siempre sea la de mirar hacia delante, poniendo de nuestra parte todo lo que tenemos que poner. Con la alegría de la resurrección nos disponemos a cambiar aquello de nuestra vida que es necesario cambiar.
Esta resurrección del Señor que hoy celebramos, es ante todo el fundamento de nuestra fe y de nuestra confianza en Dios. Nuestra esperanza se alimenta hoy de una forma definitiva, porque Jesús resucitado ya no puede morir. Dejemos que esta fe produzca un mensaje salvador en nuestro interior. Cada uno de nosotros experimenta cansancio, dudas, problemas, frustraciones normales en toda vida humana, la fe en la resurrección es la energía y el sentido para afrontar con esperanza la realidad conflictiva de la vida y el trabajo comprometido por lograr un mundo mejor. En nuestros tiempos esta resurrección es la fuente de nuestra verdad sobre Dios, de nuestro sentido de la vida y de la muerte y de nuestro compromiso por transformar este mundo según el evangelio de Jesús. En nuestros tiempos, el contemplar al resucitado es el fundamento de nuestra esperanza, una esperanza sin límites ni barreras.
La Resurrección nos da fuerzas para seguir pidiendo los unos por los otros, nos debe acercar más los unos a los otros, derribando muros y fronteras que nos dividen y que hacen que no seamos hermanos. La resurrección debe darnos fuerzas para seguir realizando nuestra tarea en la parcela de la Iglesia que cada uno tiene encomendada. La resurrección hace que ante la realidad de la vida, nuestra primera reacción siempre sea la de mirar hacia delante, poniendo de nuestra parte todo lo que tenemos que poner. Con la alegría de la resurrección nos disponemos a cambiar aquello de nuestra vida que es necesario cambiar.
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