Benedicto XVI: "Estamos en
el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer nuestra fe en Dios en un
contexto que parece dejarlo cada vez más en segundo plano. Me gustaría invitar
a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en
los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo
que nos permiten caminar todos los días, también entre las fatigas. Me gustaría
que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros
y nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros
sintiera la alegría de ser cristiano".
Benedicto XVI ha celebrado la
última audiencia general de su pontificado. En la Plaza de San Pedro,
abarrotada por decenas de miles de personas que querían saludarlo, el
Pontífice, emocionado, ha dicho: “Gracias por haber venido en gran número a la
última audiencia general de mi pontificado. Gracias, estoy verdaderamente
conmovido. Y veo a la Iglesia viva. Pienso que tenemos que dar también las
gracias al Creador por el buen tiempo que nos da, ahora, cuando todavía es
invierno”.
Ofrecemos a continuación el texto integral pronunciado por el Santo Padre:
“Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que
hemos escuchado, yo también siento en mi corazón que ante todo tengo que dar
gracias a Dios que guía a la Iglesia y la hace crecer, que siembra su Palabra y
alimenta así la fe en su Pueblo. En este momento mi corazón se expande y abraza
a la Iglesia extendida por todo el mundo, y doy gracias a Dios por las
"noticias" que en estos años de ministerio petrino he recibido sobre
la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente en el
cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el amor, y sobre la esperanza que nos
abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida, hacia la patria celestial”.
Siento que os llevo a todos conmigo en la
oración, en un presente que es de Dios, en el que recojo cada uno de los
encuentros, cada uno de los viajes, cada visita pastoral. Todo y todos reunidos
en oración para confiarlos al Señor, porque tenemos pleno conocimiento de su
voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual, y por qué nos
comportamos de una manera digna de Él y de su amor, llevando fruto en toda
buena obra.
En este momento, dentro de mí hay mucha
confianza, porque sé, porque todos sabemos que la palabra de verdad del
Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y
renueva, da fruto, en todo lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha
y recibe la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Esta es mi confianza, esta
es mi alegría.
Cuando, el 19 de abril de hace casi ocho años,
acepté asumir el ministerio petrino, tenía esta firme certeza que siempre me ha
acompañado, esta certeza de la vida de la Iglesia, de la Palabra de Dios. En
aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaban en mi
corazón eran: Señor, ¿por qué me pides esto ? Y ¿qué me pides? Es un gran peso
el que colocas sobre mis hombros, pero si Tú me lo pides, con tu palabra,
echaré las redes, seguro de que me guiarás, también con todas mis debilidades.
Y ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado
cerca de mí, he podido percibir su presencia todos los días. Ha sido un trozo
de camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero
también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en
la barca del lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de
brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido
momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda
la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en
aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no
es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es El
quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido,
porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso
hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado nunca que a su
Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su amor.
Estamos en el Año de la fe, que he proclamado
para fortalecer nuestra fe en Dios en un contexto que parece dejarlo cada vez
más en segundo plano. Me gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza
en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos
brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días,
también entre las fatigas. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese
Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor sin límites.
Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. Hay una
hermosa oración que se reza todas las mañanas y dice: "Te adoro, Dios mío,
y te amo con todo mi corazón. Te doy gracias por haberme creado, hecho
cristiano... " Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el don más
precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos gracias al Señor por ello todos
los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. !Dios nos ama,
pero espera que también nosotros lo amemos.
Pero no es sólo a Dios, a quien quiero dar las
gracias en este momento. Un Papa no está sólo en la guía de la barca de Pedro,
aunque sea su principal responsabilidad, y yo no me he sentido nunca solo al
llevar la alegría y el peso del ministerio petrino, el Señor me ha puesto al
lado a tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me
han ayudado y han estado cerca de mi. Ante todo. Vosotros, queridos hermanos
cardenales: vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han sido
preciosos para mí. Mis colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado,
quien me ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda
la Curia Romana, así como a todos aquellos que, en diversos ámbitos, prestan su
servicio a la Santa Sede: tantos rostros que no se muestran, que permanecen en
la sombra, pero que en silencio, en su trabajo diario, con espíritu de fe y de
humildad han sido para mí un apoyo seguro y confiable. Un recuerdo especial
para la Iglesia de Roma, ¡mi diócesis! No puedo olvidar a los hermanos en el
episcopado y en el sacerdocio, a las personas consagradas y a todo el Pueblo de
Dios en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes,
siempre he recibido mucha atención y un afecto profundo. Pero yo también os he
querido, a todos y a cada uno de vosotros sin excepción, con la caridad
pastoral, que es el corazón de cada pastor, especialmente del Obispo de Roma,
del Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los días he tenido a cada uno de vosotros
en mis oraciones, con el corazón de un padre.
Querría que mi saludo y mi agradecimiento
llegase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y me
gustaría expresar mi gratitud al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa
Sede, que hace presente la gran familia de las Naciones. Aquí también pienso en
todos los que trabajan para una buena comunicación y les doy las gracias por su
importante servicio.
Ahora me gustaría dar las gracias
de todo corazón a tanta gente de todo el mundo que en las últimas semanas me ha
enviado pruebas conmovedoras de atención, amistad y oración. Sí, el Papa nunca
está solo, ahora lo experimento de nuevo en un modo tan grande que toca el
corazón. El Papa pertenece a todos y tantísimas personas se sienten muy cerca
de él. Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo – de los Jefes de
Estado, líderes religiosos, representantes del mundo de la cultura, etc.-. Pero
también recibo muchas cartas de gente ordinaria que me escribe con sencillez,
desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de
estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben
como se escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no conoce. Me
escriben como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del vínculo
familiar muy cariñoso. Así, se puede sentir que es la Iglesia - no es una
organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un
cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo,
que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder tocar
con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de alegría, en
un tiempo en que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo, vemos como la
Iglesia hoy está viva.
En estos últimos meses, he sentido que mis
fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me
iluminase con su luz para que me hiciera tomar la decisión más justa no para mi
bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia
de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de
ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones
difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de
uno mismo.
Permitid que vuelva una vez más al 19 de abril
de 2005. La gravedad de la decisión reside precisamente en el hecho de que a
partir de aquel momento yo estaba ocupado siempre y para siempre por el Señor.
Siempre - quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad-.
Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida es, por así
decirlo, totalmente carente de la dimensión privada. He podido experimentar, y
lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la propia vida cuando la da.
Dije antes que mucha gente que ama al Señor ama también al Sucesor de San Pedro
y le quieren; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e
hijas en todo el mundo, y que él se siente seguro en el abrazo de su comunión,
porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.
El "siempre" es también
un "para siempre" - no existe un volver al privado. Mi decisión de
renunciar al ejercicio del ministerio activo, no lo revoca. No regreso a la
vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etc.
No abandono la cruz, sigo de un nuevo modo junto al Señor Crucificado. No
ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que resto
al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San
Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos
mostró el camino a una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la
obra de Dios.
Doy las gracias a todos y cada uno, también
por el respeto y la comprensión con la que habéis acogido esta decisión tan
importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la
reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir
hasta ahora cada día y quisiera vivir siempre. Os pido que os acordéis de mí
delante de Dios, y sobre todo que recéis por los Cardenales, llamados a un
cometido tan importante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: el Señor le
acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión
maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia para que acompañe a
cada uno de nosotros y toda la comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos con
profunda confianza.
¡Queridos amigos y amigas! Dios
guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en tiempos difíciles.
No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única verdadera visión del
camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno
de vosotros, haya siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro
lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor.
¡Gracias!”
Fuente: VIS - Vatican Information
Service
No hay comentarios:
Publicar un comentario