La entrada triunfal de Jesús es una victoria ambigua. Para los apóstoles es el cumplimiento de lo que esperaban como venida del Reino: Jesús toma posesión de Jerusalén. Para Jesús es también esa realidad, pero es más que eso: es rechazo, fracaso, condena. Sin embargo, en la cruz dos extranjeros reconocerán la realeza de Jesús, cosa que los del pueblo de Dios no han sabido ver: Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino (buen ladrón). Realmente este hombre era justo (centurión), realmente éste era Hijo de Dios (centurión).
Jesús hace su entrada en un asno, un animal familiar, pero una cabalgadura demasiado extraña para llevar a un rey. ¿Esto nos ayuda a comprender mejor de qué clase de rey se trata aquí? Jesús no es un rey tiránico, que impone su poder por la fuerza y las armas. Es justo todo lo contrario. Jesús es un rey pacífico, liberador; su único poder es el del amor. ¿Cómo podemos acogerlo nosotros? Ciertamente no nos quitaremos la ropa para alfombrarle el camino, pero... ¿de qué aceptamos despojarnos a su paso?
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