El Jueves Santo es el día en que Jesús nos dejó dos regalos inmensos: la Eucaristía y el sacerdocio. En la Última Cena, sabiendo que iba a ser entregado, tomó el pan y el vino y los convirtió en su Cuerpo y en su Sangre. No era solo un gesto simbólico, era una entrega real, total, definitiva. Jesús se queda con nosotros en cada misa, en cada sagrario, para que nunca caminemos solos. Y junto con este don, instituyó el sacerdocio, para que siempre haya alguien que celebre la Eucaristía y nos acerque su perdón, su Palabra, su presencia.
Pero el Jueves Santo también es la noche del amor llevado al extremo: Jesús, Dios hecho hombre, se arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies. ¡Qué fuerte! Nos muestra que amar no es solo sentir, sino servir. En nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestro día a día… amar es agacharse, mirar al otro con ternura y decirle: “estoy aquí para ti”. El Jueves Santo nos invita a vivir ese amor humilde y concreto que cambia el mundo desde dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario