Cuando nos santigüamos, quizás sin darnos cuenta, estamos proclamando, en el mejor de los resúmenes, lo que es la fe de la Iglesia: “En el nombre del Padre (Dios Padre, Creador…), del Hijo (Jesús, que nació, vivió, murió, resucitó), del Espíritu Santo (Espíritu que da vida a la Iglesia).
Una primera ampliación de este resumen es el “Símbolo de la fe o Credo”. Es una fórmula breve que resume las Sagradas Escrituras y especialmente los cuatro Evangelios.
El llamado Símbolo Apostólico es una de las fórmulas que la Iglesia ha utilizado, desde muy antiguo, para profesar su fe bautismal y para exponer y explicar esa fe en la catequesis.
2. LO QUE SE HA DE CELEBRAR
Los hombres y mujeres que escucharon a Jesús y le vieron actuar durante su vida terrena, al oír sus palabras y al ver lo que hacía, oyeron las palabras de Dios y fueron testigos de cómo Dios actuaba entre ellos. En efecto, cuando Jesús perdonaba, daba el perdón de Dios Padre; cuando Jesús curaba a un enfermo, mostraba la misericordia del Padre. Para los que creyeron en él, Jesús fue realmente la manifestación de Dios a los hombres. Se cumplieron sus palabras: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
Los gestos y palabras de Jesús, resucitado y exaltado a la gloria de Dios Padre, continúan vivos en ella, descubrimos en la vida de la Iglesia, en sus palabras y acciones, signos de que la obra salvadora de Cristo sigue eficazmente presente entre nosotros.
Todos los pueblos y grupos humanos tienen signos distintos como, por ejemplo, fiestas, danzas, emblemas, que les evocan realidades importantes de su vida, y, de alguna manera, les ponen en relación con algo más profundo de lo que en estos signos, a primera vista, se ve.
También en la vida de la Iglesia hay signos muy humanos que celebran la presencia de Cristo en medio de la comunidad de sus discípulos: pero en modo alguno son mera proyección de los sentimientos del hombre. Son señales de Dios que no solo evocan el misterio de Cristo, sino que hacen realmente presente y eficaz su acción y su fuerza santificadora.
La Iglesia llama los siete sacramentos -Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio- a siete de las acciones en las que Cristo actúa eficazmente, concediéndonos por medio de ellos la gracia del Espíritu Santo.
3. LO QUE SE HA DE ORAR
En la Biblia se recoge el tesoro de oraciones que sirvieron al pueblo de Israel para profesar su fe y confianza en Dios. Los “salmos” son una muestra de ello.
El Padrenuestro, “la oración del Señor”, concentro lo mejor de los salmos y las demás plegarias de la Sagrada Escritura. Es regla para la oración de la Iglesia. El padrenuestro es el modelo de toda oración cristiana.
Jesús se lo ensenó a sus Apóstoles cuando estos viéndole rezar le rogaron: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1).
Las principales expresiones de la oración son las siguientes: la adoración, la alabanza, la acción de gracias, la súplica, la petición de perdón, la admiración de la gloria de Dios y de sus obras en favor de los hombres, el silencio contemplativo.
4. LO QUE SE HA DE OBRAR
De la lectura y reflexión de la Sagrada Escritura y tal y como se ha venido interpretando tradicionalmente en la Iglesia, los cristianos, ayudados por la luz que nos ha el Espíritu Santo, descubrimos el camino de la conducta que hemos de recorrer en la vida. En definitiva, no se trata más que de aceptar la invitación de Jesús a seguirle. A este respecto, son punto de referencia obligados tres pasajes bíblicos:
a) El decálogo o los diez mandamientos (Ex 20, 1-17)
b) El seguimiento de Jesús. Jesús lleva a plenitud el decálogo (Mc 12, 28-31). Jesús enseña que los mandamientos de Dios se resumen en dos: amar a Dios y amar al prójimo.
c) Los valores del Reino de Dios: las Bienaventuranzas (Mt 5). Una persona es verdaderamente cristiana si vive a fondo el resumen del mensaje de Jesús que la Iglesia llama las “Bienaventuranzas”.
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