Muchos nos
preguntan dónde está Dios. A muchos de nuestros contemporáneos les resulta
difícil encontrarlo, tal vez porque tienen una falsa imagen de Dios. Lo
consideran o como un enemigo del hombre o como un apoyo para la inmovilidad y
el acomodo.
Pero Dios
está vivo y nos invita a vivir. Dios estaba en la voz que llamó a Abrahán
y le invitó a salir de su tierra y de la casa de su padre (Gen 12,1-14). En su
exhortación “La alegría del Evangelio”,
el Papa Francisco nos repite que, al igual que Abrahán, la Iglesia es una
comunidad “en salida”, un pueblo itinerante (nn. 22-24)
Dios estaba
en la zarza, desde la que llamó a Moisés para convertirlo en liberador de su
pueblo. Dios estaba en la nube que guiaba al pueblo de Israel por el desierto
hasta la patria de la libertad. Y, finalmente, Dios está en su Hijo Jesús. Y en
aquellos que le siguen con sincero y humilde corazón.
Hoy
contemplamos el cuadro de la Transfiguración de Jesús, pintado por Rafael, que
se conserva en la Pinacoteca Vaticana. En él se refleja la dialéctica entre el
monte y el valle. En el monte Jesús se encuentra con la luminosa realidad de
Dios. Al bajar del monte se encuentra con la dolorida realidad de lo humano. He
ahí la imagen de nuestra vida de creyentes. La contemplación no puede alejarnos
de la acción.
Según el
evangelio que hoy se proclama (Mt 17, 1-9), la transfiguración de Jesús nos
anuncia el misterio de su muerte y su resurrección.
Los tres
discípulos más cercanos subieron con Jesús a lo alto de una montaña. Allí
vieron que su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvían blancos
como la nieve. Lo envolvía la nube que había significado la presencia de Dios
en medio de su pueblo. Moisés y Elías lo flanqueaban como dando testimonio de
su honda verdad. Ellos habían descubierto a Dios en el monte santo. Y junto a
ellos, se revelaba ahora en su Hijo predilecto.
LA VOZ
DEL CIELO
En el relato
de la Transfiguración de Jesús se recoge la voz que desciende de la nube, es
decir, desde el ámbito de lo divino: “Este es mi Hijo, el amado, el elegido:
escuchadlo”.
•“Este es mi Hijo”. Dios no es un objeto
lejano. No es una idea ni un anhelo insatisfecho. Se presenta con los rasgos
familiares de quien reconoce a Jesús como hijo.
• “El
amado”. Los seres humanos han temido muchas veces a los dioses. Los dioses
falsos tienen boca pero no hablan. El Dios de Jesús siente y ama.
• “El
elegido”. Por el hecho de reconocer a Dios como Dios, el hombre no pierde su
categoría y su dignidad. Jesús no fue menos humano por saberse elegido por
Dios.
•
“Escuchadlo”. Jesús no se ha engañado ni ha engañado a los suyos. Dios está con
él, lo apoya y garantiza su misión y la verdad de su mensaje.
El Concilio
Vaticano II nos dice que, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la
oración, el tiempo cuaresmal prepara a los fieles a celebrar el misterio
pascual (SC 109). Hay que leer los evangelios y escuchar la Palabra del Señor.
- Señor
Jesús, tú nos revelas el amor de un Dios al que nos atrevemos a llamar Padre.
Te agradecemos esa conciencia de ser Hijo y mensajero de la verdad de Dios. Que
tu palabra oriente nuestra vida. Amén.
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