En este evangelio vemos a Juan el Bautista, que desde la cárcel, manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro?». Es una escena muy humana: Juan, el gran profeta, el que había señalado a Jesús como el Cordero de Dios, ahora atraviesa la oscuridad de la duda y del sufrimiento. Jesús no se ofende por la pregunta, no reprocha nada. Simplemente responde señalando los signos: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Es decir: “Mira lo que está pasando. Ahí me puedes reconocer”. En tiempos de desánimo, el Señor también nos invita a mirar los signos de su presencia en nuestra vida: pequeñas curaciones del corazón, reconciliaciones, gestos de amor, fuerzas inesperadas para seguir adelante.
Al final, Jesús elogia a Juan delante de la gente: no es una caña sacudida por el viento, no es alguien que cambia de opinión según le conviene. Es un hombre firme, fiel, el más grande entre los nacidos de mujer, dice Jesús. Sin embargo, añade algo sorprendente: «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él». Con esto, el Señor nos recuerda que la verdadera grandeza no está en la fama ni en el reconocimiento, sino en pertenecer a su Reino, es decir, en vivir unidos a Él, dejándonos transformar por su gracia. En este tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente “domingo de la alegría”, se nos invita a alegrarnos no porque todo nos vaya perfecto, sino porque Jesús está en medio de nosotros, actuando, sosteniéndonos en la duda, y confirmándonos con hechos que Él es realmente el que tiene que venir, nuestro Salvador.
Al final, Jesús elogia a Juan delante de la gente: no es una caña sacudida por el viento, no es alguien que cambia de opinión según le conviene. Es un hombre firme, fiel, el más grande entre los nacidos de mujer, dice Jesús. Sin embargo, añade algo sorprendente: «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él». Con esto, el Señor nos recuerda que la verdadera grandeza no está en la fama ni en el reconocimiento, sino en pertenecer a su Reino, es decir, en vivir unidos a Él, dejándonos transformar por su gracia. En este tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente “domingo de la alegría”, se nos invita a alegrarnos no porque todo nos vaya perfecto, sino porque Jesús está en medio de nosotros, actuando, sosteniéndonos en la duda, y confirmándonos con hechos que Él es realmente el que tiene que venir, nuestro Salvador.

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