En este evangelio se nos abre el corazón de José en uno de los momentos más difíciles de su vida. Descubre que María, su prometida, está esperando un hijo y él sabe que no es suyo. Podemos imaginar su confusión, su dolor, su sensación de fracaso. Sin embargo, el evangelio dice que es “justo”, es decir, un hombre bueno, que ama a Dios y a María, y por eso busca una salida que no la humille ni la perjudique. En medio de esa noche interior, Dios le habla en sueños: «No tengas miedo de recibir a María, tu mujer, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo». Dios no le da todas las explicaciones, pero sí una certeza: Él está actuando ahí, justo donde José no entiende nada. Y José, en vez de seguir alimentando sus miedos, decide fiarse.
El centro del mensaje está en el nombre que recibe el Niño: Jesús, “Dios salva”, y en la profecía que se cumple: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”». Ese es el gran anuncio de Adviento: Dios no está lejos, no se queda mirando desde fuera, sino que entra en nuestra historia, en nuestras dudas, en nuestros líos, en nuestras familias concretas, como entró en la de José y María. A veces, como José, también nosotros tenemos planes que se rompen, caminos que no entendemos, situaciones que nos superan. Este evangelio nos invita a dar ese paso humilde y valiente: acoger a Jesús y, con Él, acoger también la manera nueva en que Dios quiere entrar en nuestra vida. No se trata de tenerlo todo claro, sino de hacer como José: despertar, levantarse y hacer lo que el Señor le ha dicho. Ahí comienza de verdad la Navidad.
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