Bajo un cielo de azul profundo y sereno,
un humilde Rey avanza, sin corona ni veneno.
Sobre un pollino de borrica, sin alarde ni pretensión,
cumple la antigua profecía, con amor su única misión.
Desde las puertas de Jerusalén, la multitud se acerca,
con ramos de olivos en manos, la esperanza se adereza.
"¡Hosanna!", claman voces en un coro celestial,
"¡Bendito el que viene en nombre del Señor!", el grito es general.
No hay oro ni plata, solo un manto extendido en el suelo,
un camino de honores para el Mesías, puro y sincero.
La naturaleza se une en este acto de fe y devoción,
los olivos se mecen, testigos de esta sagrada unión.
Este domingo de Ramos, recordamos con fervor,
el inicio de una semana, de sacrificio y amor.
La entrada triunfal en Jerusalén, una lección de humildad,
nos prepara el corazón, para la Pascua de verdad.
Que estos ramos benditos, sean signo de paz y bien,
y nos guíen por el camino, que siguió también.
En este día sagrado, elevemos nuestras oraciones,
por un mundo más justo, lleno de bendiciones.
Así, en este Domingo de Ramos, conmemoramos,
el amor infinito, que a través de Jesús, proclamamos.
Que su entrada en Jerusalén, nos inspire a caminar,
con fe, esperanza y amor, en todo nuestro andar.
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