En las pocas palabras de la primera lectura tenemos hoy expresada toda una cultura con su sentido de Dios, de la vida, y de la historia personal de cada uno. Abraham es la imagen del hombre que se atreve a salir de sí mismo e ir al encuentro de lo que Dios le pide. Abraham es el hombre de la esperanza, porque tuvo la dicha de conservarla siempre, primero fiándose de Dios, y segundo al no perderla a pesar de los fracasos y de las exigencias que esa esperanza le ponía por el camino. Como Abraham, se convierte en peregrino hacia la meta de una promesa, nosotros nos encontramos inmersos en este camino hacia la Pascua, y lo tenemos que hacer de la misma manera que lo hizo el, con esperanza, con ilusión, con fe, porque Dios siempre va junto a nosotros.
En el relato de la transfiguración, que hemos escuchado en el evangelio, aparecen junto a Jesús dos figuras muy significativas: Elías y Moisés. Los dos son personajes de la Historia de Israel pero muy relacionados con los nuevos tiempos. Elías fue el profeta de la fe en tiempos de increencia, el que desenmascaró a los fanáticos, y a aquellos que querían manipular a su antojo y según sus intereses lo que Dios decía. Sufrió la persecución, la incomprensión y el ridículo. Pero sintió la cercanía humana de Dios que se le mostraba en los detalles de la vida y en la brisa suave y refrescante de donde tomaba fuerza para seguir adelante. Y Moisés, el hombre que no sabía hablar, que era tartamudo, y que se refugiaba en la soledad del desierto por miedo. Al que Dios convierte en un gigante, para hacer frente con tenacidad, a todas las dificultades con las que se encontró para llevar al pueblo a la Tierra prometida. Los dos encuentran en Jesús la realización de sus aspiraciones.
Los amigos de Jesús, Pedro Santiago y Juan, tuvieron que sentirse allí tan bien que le pidieron quedarse. Pero no, Jesús les invita a seguirle en su camino hacia Jerusalén, en su camino hacia la Cruz. Dios siempre tiene los pies en la tierra, por eso nos invita a cultivar la esperanza en la realidad de nuestro mundo, donde se siguen levantado cruces, destruyendo esperanzas, esparciendo falsas ilusiones, nos invita a seguirle en la realidad de cada día, en nuestra historia individual, familiar o social, nos invita a bajar de nuestros montes particulares y a trabajar con ilusión, y con fe, en la realidad que a cada uno vive. Sembrando ilusión, sembrando cercanía, ternura, sembrando buenas palabras, y desterrando todo lo que hace que predomine el odio, la violencia o la envidia.
En el relato de la transfiguración, que hemos escuchado en el evangelio, aparecen junto a Jesús dos figuras muy significativas: Elías y Moisés. Los dos son personajes de la Historia de Israel pero muy relacionados con los nuevos tiempos. Elías fue el profeta de la fe en tiempos de increencia, el que desenmascaró a los fanáticos, y a aquellos que querían manipular a su antojo y según sus intereses lo que Dios decía. Sufrió la persecución, la incomprensión y el ridículo. Pero sintió la cercanía humana de Dios que se le mostraba en los detalles de la vida y en la brisa suave y refrescante de donde tomaba fuerza para seguir adelante. Y Moisés, el hombre que no sabía hablar, que era tartamudo, y que se refugiaba en la soledad del desierto por miedo. Al que Dios convierte en un gigante, para hacer frente con tenacidad, a todas las dificultades con las que se encontró para llevar al pueblo a la Tierra prometida. Los dos encuentran en Jesús la realización de sus aspiraciones.
Los amigos de Jesús, Pedro Santiago y Juan, tuvieron que sentirse allí tan bien que le pidieron quedarse. Pero no, Jesús les invita a seguirle en su camino hacia Jerusalén, en su camino hacia la Cruz. Dios siempre tiene los pies en la tierra, por eso nos invita a cultivar la esperanza en la realidad de nuestro mundo, donde se siguen levantado cruces, destruyendo esperanzas, esparciendo falsas ilusiones, nos invita a seguirle en la realidad de cada día, en nuestra historia individual, familiar o social, nos invita a bajar de nuestros montes particulares y a trabajar con ilusión, y con fe, en la realidad que a cada uno vive. Sembrando ilusión, sembrando cercanía, ternura, sembrando buenas palabras, y desterrando todo lo que hace que predomine el odio, la violencia o la envidia.
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