En este primer domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta los dos polos entre los que se desarrolla la historia de la salvación: la presencia continúa de Dios que nos salva, por un lado, y el pecado del hombre por otro. Dios que quiere llevarnos por el buen camino y nosotros siempre dispuestos a no escuchar su voz y a dejarnos llevar por otras voces.
El evangelio nos habla de las tentaciones que sufrió Jesús, que no son muy distintas, en el fondo, a las nuestras. Por eso es una buena ocasión para aprender a desenmascararlas con el mismo estilo con él que lo hizo, pero seguro que no con el mismo éxito.
Como Jesús, sentimos la constante invitación a llevar una vida al margen de Dios, es la tentación de organizar nuestra vida desde el punto de vista únicamente humano, dejando a Dios de lado. No es una tentación que nos lleve a negar la existencia de Dios con la palabra, sino a organizar mi vida como si Dios no existiera. Nos declaramos creyentes, pero en la práctica no se nota mucho.
La segunda tentación es aquella que nos lleva a hacer de Dios como alguien al servicio de nuestros intereses. Vemos a Dios como un recurso del que poder disponer según el propio gusto o las necesidades de cada momento. Dios es un objeto que utilizo a mi antojo: utilizo a Dios cuando lo necesito, pero sólo y exclusivamente para esto. Tengo una necesidad, acudo a él, luego, posiblemente ni me vuelva a acordar hasta que no vuelva a necesitarlo. Suele ser esta una tentación frecuente entre muchos cristianos.
Nuestra tercera tentación, como la de Jesús, es una invitación a buscar el poder prepotente y triunfalista. En nuestra sociedad el amo del mundo ¿quién es?, siempre es el que más puede o el que más tiene, poder y fuerza son nuestra metas. Todo lo que sea hablar de servicio, de gratuidad, no cuenta para nada. El dinero y la fuerza, son los referentes fundamentales para determinar los honores y los privilegios. Nosotros también tendremos esta tentación, nos gustará aparentar, ser reconocido por encima de los otros, considerarnos superiores. Es la tentación del orgullo y la soberbia.
Ante sus tentaciones, la reacción de Jesús fue rápida, clara y precisa. No se dejó enredar por la tela de araña y por las artimañas que le tendían. No se olvidó de Dios. Y es que la tentación es, precisamente, eso: una llamada a olvidar a Dios, a renunciar a El como componente de nuestra historia individual y colectiva. Jesús, verdadero hombre, tuvo la tentación de renunciar a Dios, olvidarse de su misión y construir su vida a su gusto, y a su capricho. ¿Qué debemos hacer nosotros? Tratar de actuar como actúo Jesús, esa debe ser nuestra meta: con elegancia, con firmeza, con serenidad y decisión atajar a aquello que intenta separarnos de lo que Dios nos pide a cada uno.
Es verdad que nosotros, siempre tendremos que reconocer nuestros fallos, nuestras caídas, pero lo que nunca nos puede faltar es la ilusión, el deseo, y la esperanza de superar aquello que son nuestras mayores debilidades. Que no nos dejemos dominar por ellas, aunque tengamos que reconocer nuestros errores. El Señor nos conoce y sabe que somos barro, pero hemos de ofrecerle al Señor todo nuestro deseo de superación a la ahora de mejorar las cosas que hacemos mal.
El tiempo cuaresmal es una nueva oportunidad que nos ofrece el Señor, y depende de nosotros el aprovecharla o no, si queremos, Dios se hará el encontradizo con nosotros pasará a nuestro lado y nos dirá "te invito a que resucites conmigo la noche de la Vigilia Pascual".
El evangelio nos habla de las tentaciones que sufrió Jesús, que no son muy distintas, en el fondo, a las nuestras. Por eso es una buena ocasión para aprender a desenmascararlas con el mismo estilo con él que lo hizo, pero seguro que no con el mismo éxito.
Como Jesús, sentimos la constante invitación a llevar una vida al margen de Dios, es la tentación de organizar nuestra vida desde el punto de vista únicamente humano, dejando a Dios de lado. No es una tentación que nos lleve a negar la existencia de Dios con la palabra, sino a organizar mi vida como si Dios no existiera. Nos declaramos creyentes, pero en la práctica no se nota mucho.
La segunda tentación es aquella que nos lleva a hacer de Dios como alguien al servicio de nuestros intereses. Vemos a Dios como un recurso del que poder disponer según el propio gusto o las necesidades de cada momento. Dios es un objeto que utilizo a mi antojo: utilizo a Dios cuando lo necesito, pero sólo y exclusivamente para esto. Tengo una necesidad, acudo a él, luego, posiblemente ni me vuelva a acordar hasta que no vuelva a necesitarlo. Suele ser esta una tentación frecuente entre muchos cristianos.
Nuestra tercera tentación, como la de Jesús, es una invitación a buscar el poder prepotente y triunfalista. En nuestra sociedad el amo del mundo ¿quién es?, siempre es el que más puede o el que más tiene, poder y fuerza son nuestra metas. Todo lo que sea hablar de servicio, de gratuidad, no cuenta para nada. El dinero y la fuerza, son los referentes fundamentales para determinar los honores y los privilegios. Nosotros también tendremos esta tentación, nos gustará aparentar, ser reconocido por encima de los otros, considerarnos superiores. Es la tentación del orgullo y la soberbia.
Ante sus tentaciones, la reacción de Jesús fue rápida, clara y precisa. No se dejó enredar por la tela de araña y por las artimañas que le tendían. No se olvidó de Dios. Y es que la tentación es, precisamente, eso: una llamada a olvidar a Dios, a renunciar a El como componente de nuestra historia individual y colectiva. Jesús, verdadero hombre, tuvo la tentación de renunciar a Dios, olvidarse de su misión y construir su vida a su gusto, y a su capricho. ¿Qué debemos hacer nosotros? Tratar de actuar como actúo Jesús, esa debe ser nuestra meta: con elegancia, con firmeza, con serenidad y decisión atajar a aquello que intenta separarnos de lo que Dios nos pide a cada uno.
Es verdad que nosotros, siempre tendremos que reconocer nuestros fallos, nuestras caídas, pero lo que nunca nos puede faltar es la ilusión, el deseo, y la esperanza de superar aquello que son nuestras mayores debilidades. Que no nos dejemos dominar por ellas, aunque tengamos que reconocer nuestros errores. El Señor nos conoce y sabe que somos barro, pero hemos de ofrecerle al Señor todo nuestro deseo de superación a la ahora de mejorar las cosas que hacemos mal.
El tiempo cuaresmal es una nueva oportunidad que nos ofrece el Señor, y depende de nosotros el aprovecharla o no, si queremos, Dios se hará el encontradizo con nosotros pasará a nuestro lado y nos dirá "te invito a que resucites conmigo la noche de la Vigilia Pascual".
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