El domingo 29 de junio, hacemos memoria litúrgica de los apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia en sus comienzos y fundamento de la tradición apostólica de la fe cristiana.
Desde el siglo III se viene celebrando en la liturgia esta fiesta conjunta de los dos apóstoles. Ambos suponen dos estilos distintos para una misma vocación misionera. Pedro, apóstol de los judíos; Pablo, de los gentiles o paganos. Originariamente el primero fue un sencillo pescador de Galilea; el segundo, un docto fariseo de Tarso. Ambos judíos, ambos fogosos, apasionados y de recia personalidad. Tocados por Cristo, se convirtieron en dos enamorados de El hasta el martirio en Roma, hacia el año 64 Pedro, y el 67 Pablo. "Por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo" (Prefacio)
En la presente festividad la primera y tercera lecturas bíblicas se refieren al apóstol Pedro y la segunda al apóstol Pablo. En el evangelio se unen la confesión de fe y el primado de Pedro.
La apostolicidad es una de las notas de la verdadera Iglesia de Cristo, como decimos en el credo: "Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica". Su condición de apostólica significa que: 1) La Iglesia trae su origen de Cristo por Cristo por medio de la palabra y el testimonio de los apóstoles. 2) Por expresa voluntad de Cristo, que es el cimiento invisible y la piedra angular de la Iglesia, ésta tiene como fundamento visible de su unidad y permanencia la cátedra y sede apostólica de Pedro y su sucesor el Papa, obispo de Roma. 3) Apostolicidad quiere decir además fidelidad a la misión transmitida por Jesús a su Iglesia: la evangelización del mundo.
Solamente así será apostólica en plenitud la Iglesia: porque cree, mantiene y difunde la fe en Cristo, recibida del anuncio y testimonio de los apóstoles.
La constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II, optó por una teología que entiende y explica la Iglesia a partir del pueblo de Dios (modelo horizontal) y no a partir de su jerarquía (modelo vertical). Hasta llegar a este punto, hubo un largo itinerario histórico que podemos dibujar esquemáticamente así:
El modelo jerárquico o vertical fue el que predominó en la historia de la Iglesia desde la alta Edad Media, si bien se inició ya en los tiempos de Constantino el Grande, al declarar éste al cristianismo religión oficial del imperio romano por el edicto de Milán (año 313). En este modelo la Iglesia se entendía como una sociedad de desiguales (clérigos y laicos), que se constituía a partir de la jerarquía y se regulaba internamente desde la categoría del poder espiritual.
El modelo horizontal es el que patrocina la eclesiología actual. Este modelo se fue abriendo paso gracias al movimiento de retorno a las fuentes, y se consagró definitivamente a partir del concilio Vaticano II. Es el modelo de Iglesia que la explica desde la comunión. La Iglesia se entiende y se construye como una comunidad de hermanos iguales entre sí; si bien con servicios y carismas plurales, entre los cuales uno es el de los pastores: presidir la asamblea en la unidad y animarla en la caridad.
CONSECUENCIAS DE LA HORIZONTALIDAD ECLESIAL
Esta visión de la Iglesia a partir del puelbo de Dios conduce a algunas aplicaciones concretas que son su consecuencia y desarrollo. Merecen más espacio del que disponemos. Nos limitamos aquí a enumerarlas, señalando tan sólo procesos en marcha: descentralización, colegialidad y base laical o popular.
a) Descentralización. El Concilio Vaticano II deja en claro que la autoridad de los obispos en la Iglesia no proviene inmediatamente del Papa, como se explicaba tradicionalemente sobre todo a partir de la reforma gregoriana (siglo XI), sino directamente de Cristo por medio de la consagración episcopal, aunque con sentido colegial (LG 21). Se excluye pues, una visión monárquica y centralista de la Iglesia, como si la diócesis o iglesias locales fueran tan sólo una sucursal de la gran central romana, y los obispos meros delegados del Papa, de quien recibirían la "jurisdicción". Pedro, el papa, es el primero entre los hermanos, con el primado del servicio y de la caridad en la Iglesia de Cristo, pues la autoridad de la comunidad cristiana es servicio a ejemplo de Cristo mismo, que no vino a ser servido sino a servir.
b) Colegialidad a todos los niveles. En primer lugar a nivel del Colegio episcopal. Colegialidad significa también corresponsabilidad. En aplicación de la doctrina conciliar funcionan ya habitualmente estructuras colegiales y "democráticas", tales como el Sínodo de obispos, las Conferencias episcopales, los Consejos pastorales a nivel diocesano, zonal o parroquial, los Capítulos generales, provinciales y locales de los Institutos de vida consagrada, sobre todo en los religiosos.
c) Base laical. La horizontalidad pide también dar el paso definitivo del clericalismo a la movilización de la base laical, del pueblo que es la comunidad. En la vida de una Iglesia que se define como pueblo de Dios, éste ha de pasar de ser mero "objeto pastoral" a ser "sujeto eclesial", protagonista en la vida y tareas de la comunidad. La Iglesia no estará verdaderamente formada, no vivirá plenamente, nos será signo perfecto de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho (AG 21).
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