La samaritana era una mujer realmente sedienta no solo del agua para beber que iba a buscar al pozo. Estaba sedienta de muchas más cosas.
También nosotros tenemos mucha sed de tener. Cuanto más mejor. Parece que no nos vemos saciados nunca. Tenemos sed del placer inmediato, efímero, la apariencia, el estilo, la moda. Mucha sed de disfrutar. Tenemos sed de prestigio, de afectos. En nuestro frío mundo parece que la calidez humana ha sido la que más se ha congelado, y así palabras como ternura, afectividad, amistad, compañerismo, forman parte de una época pasada. La desconfianza, el recelo, parece que se han instalado entre nosotros, y siempre tenemos que estar prevenidos por lo que pueda pasar. El fruto de la desconfianza es siempre la soledad o unas relaciones muy superficiales para que no nos comprometan demasiado.
Pero a pesar de todas estas aspiraciones, parece que nada nos sacia. Nunca tenemos bastante ni nos damos por satisfechos, es como si esa felicidad que aspiramos encontrar “bebiendo” de tantas cosas que sacien nuestra sed no fuese suficiente. Y como a la samaritana, hoy a nosotros Jesús tiene algo que decirnos.
Lo mismo que a la mujer del evangelio, Jesús nos invita a descubrirlo a Él como la auténtica agua que sacia la sed. “Señor dame de esa agua”, es la petición que debemos hacer al Maestro.
Aquel que descubra en quien nos habla todos los domingos al auténtico Mesías, aquel que sepa descubrirlo, será capaz de despojarse de todo aquello que en realidad le impide progresar y ser realmente uno mismo. Porque esto es lo primero que tenemos que hacer, despojarnos de esas cosas superfluas de las que nos hemos sobrecargado en exceso, que en realidad no llegan a satisfacernos y nos impiden progresar.
También nosotros tenemos mucha sed de tener. Cuanto más mejor. Parece que no nos vemos saciados nunca. Tenemos sed del placer inmediato, efímero, la apariencia, el estilo, la moda. Mucha sed de disfrutar. Tenemos sed de prestigio, de afectos. En nuestro frío mundo parece que la calidez humana ha sido la que más se ha congelado, y así palabras como ternura, afectividad, amistad, compañerismo, forman parte de una época pasada. La desconfianza, el recelo, parece que se han instalado entre nosotros, y siempre tenemos que estar prevenidos por lo que pueda pasar. El fruto de la desconfianza es siempre la soledad o unas relaciones muy superficiales para que no nos comprometan demasiado.
Pero a pesar de todas estas aspiraciones, parece que nada nos sacia. Nunca tenemos bastante ni nos damos por satisfechos, es como si esa felicidad que aspiramos encontrar “bebiendo” de tantas cosas que sacien nuestra sed no fuese suficiente. Y como a la samaritana, hoy a nosotros Jesús tiene algo que decirnos.
Lo mismo que a la mujer del evangelio, Jesús nos invita a descubrirlo a Él como la auténtica agua que sacia la sed. “Señor dame de esa agua”, es la petición que debemos hacer al Maestro.
Aquel que descubra en quien nos habla todos los domingos al auténtico Mesías, aquel que sepa descubrirlo, será capaz de despojarse de todo aquello que en realidad le impide progresar y ser realmente uno mismo. Porque esto es lo primero que tenemos que hacer, despojarnos de esas cosas superfluas de las que nos hemos sobrecargado en exceso, que en realidad no llegan a satisfacernos y nos impiden progresar.
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