En el evangelio de este domingo encontramos en el testimonio de Juan Bautista, un modelo de cómo debe ser nuestro testimonio. En este relato del cuarto evangelio, el Bautista fundamenta su testimonio en dos cosas: en lo que él ha visto, o sea él personalmente, y en lo que él ha conocido. Llega a ese conocimiento desde lo que sus propios ojos han percibido, es decir Juan no da testimonio desde lo que ha oído a otros, o de lo que otro le ha dicho que ha visto; el testimonio de Juan procede de su propia experiencia, de lo que él ha sentido y vivido iluminado por el Espíritu. Juan no habla de oídas, sino de lo que él ha descubierto y sentido.
Sin embargo, y esta es la enseñanza fundamental de la palabra de Dios hoy, el peor obstáculo para la evangelización, lo somos, en general los propios creyentes. Es verdad que nosotros no vemos como Juan Bautista vio, pero sí podemos tener una experiencia personal de nuestra fe. El vio y dio testimonio, a nosotros quizá nos falte el haber visto personalmente lo que decimos creer, nos falte el haber experimentado lo que nuestra fe confiesa. Tenemos que ser testigos de lo que creemos, y ser testigos en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en el barrio, en la escuela, en la universidad... Cuando no somos capaces de transmitir la fe a los de nuestra familia, cuando nos guardamos nuestra experiencia de Dios por miedo o por vergüenza, cuando ya no se sabe perdonar ni pedir perdón, cuando sólo se mira con amor a los que nos aman, cuando nadie es capaz de arriesgarse por alguien, cuando las preguntas vitales no encuentran respuesta... es porque estamos creando un mundo sin Dios o Dios está demasiado lejos. Lo que sucede es que nuestra experiencia de Dios es muy superficial, no hemos visto ni conocido de un modo auténtico, nos falta profundidad en nuestra experiencia del Dios de Jesús. Cuando uno lo descubre de verdad, no puede guardárselo para él, y siente la necesidad de transmitirlo a los otros.
Este testimonio lo tenemos que dar con palabras, pero sobre todo con obras. Nuestra conducta, nuestras actitudes son las que deben ser reflejo de nuestra fe, ellas son, no la mejor, sino la única demostración de la profundidad de nuestra opción.
Sin embargo, y esta es la enseñanza fundamental de la palabra de Dios hoy, el peor obstáculo para la evangelización, lo somos, en general los propios creyentes. Es verdad que nosotros no vemos como Juan Bautista vio, pero sí podemos tener una experiencia personal de nuestra fe. El vio y dio testimonio, a nosotros quizá nos falte el haber visto personalmente lo que decimos creer, nos falte el haber experimentado lo que nuestra fe confiesa. Tenemos que ser testigos de lo que creemos, y ser testigos en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en el barrio, en la escuela, en la universidad... Cuando no somos capaces de transmitir la fe a los de nuestra familia, cuando nos guardamos nuestra experiencia de Dios por miedo o por vergüenza, cuando ya no se sabe perdonar ni pedir perdón, cuando sólo se mira con amor a los que nos aman, cuando nadie es capaz de arriesgarse por alguien, cuando las preguntas vitales no encuentran respuesta... es porque estamos creando un mundo sin Dios o Dios está demasiado lejos. Lo que sucede es que nuestra experiencia de Dios es muy superficial, no hemos visto ni conocido de un modo auténtico, nos falta profundidad en nuestra experiencia del Dios de Jesús. Cuando uno lo descubre de verdad, no puede guardárselo para él, y siente la necesidad de transmitirlo a los otros.
Este testimonio lo tenemos que dar con palabras, pero sobre todo con obras. Nuestra conducta, nuestras actitudes son las que deben ser reflejo de nuestra fe, ellas son, no la mejor, sino la única demostración de la profundidad de nuestra opción.
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