Lo que Juan anunciaba en el desierto es ahora anunciado en las ciudades y en los pueblos. En un principio, el mensaje con el que Jesús comienza su predicación es el mismo que el de Juan: es un mensaje que llama a la conversión ante la proximidad del Reino de Dios. A Mateo, puesto que escribe para judíos, le interesa mucho resaltar que en Jesús se cumple la profecía de Isaías, para entroncar con toda la tradición del Antiguo Testamento: en efecto la luz que ha brillado ante el pueblo que habitaba en tinieblas, no es otra que el propio Jesús. La luz es signo de vida, de liberación, el brillo de su luz acaba con las tinieblas, con el miedo, con el temor, recordemos la sensación que tenemos cuando estamos en un sitio que desconocemos a oscuras y de pronto se hace la luz. En la persona de Jesús Dios cumple su promesa, en la persona de Jesús, encontramos siempre la luz y la vida.
Junto a esta predicación que llama a la conversión, al cambio de vida, Jesús va a pasar a la acción, va a llamar a los primeros discípulos, va a invitar a que le sigan a unos cuantos, con nombres y apellidos: Pedro, Andrés Juan y va a recorrer los pueblos y ciudades curando y sanando a los que lo necesitan. En Jesús siempre va unido este binomio de cosas: predicación y acción, no se queda solo en una de ellas. En nosotros debe darse esa misma doble realidad: creer y actuar. Cuando creo de verdad en algo, esa creencia debe llevarme a comportarme según se me pide. No debe, o mejor no debería haber contradicción entra esas dos realidades, según como sea de profunda mi fe, así de convincente será mi actuar o mi testimonio.
Siempre este tercer domingo se enmarca dentro de la celebración de la semana de oración por la unidad de los cristianos. Una celebración que, aunque pasa desapercibida para la mayoría de los creyentes, nosotros la recordamos todos los años. Unos de los últimos discursos de Jesús a los suyos, como previendo la importancia del mismo, fue el de recordarles la necesidad de estar unidos, el evangelista Juan nos presenta en su capítulo diecisiete como Jesús pide para que los que crean en Él sean uno y lo hace de una forma especial, repitiendo muchas veces lo de la unidad. Parece que presentía que este iba a ser unos de los problemas principales de los suyos, como así ha sido. La comunidad de Corinto como hemos escuchado en la segunda lectura ya sufrió este problema, unos decían que eran de Apolo, otros de Pedro, y otros de Pablo, olvidándose que todos eran de Cristo, como les reprocha San Pablo.
Junto a esta predicación que llama a la conversión, al cambio de vida, Jesús va a pasar a la acción, va a llamar a los primeros discípulos, va a invitar a que le sigan a unos cuantos, con nombres y apellidos: Pedro, Andrés Juan y va a recorrer los pueblos y ciudades curando y sanando a los que lo necesitan. En Jesús siempre va unido este binomio de cosas: predicación y acción, no se queda solo en una de ellas. En nosotros debe darse esa misma doble realidad: creer y actuar. Cuando creo de verdad en algo, esa creencia debe llevarme a comportarme según se me pide. No debe, o mejor no debería haber contradicción entra esas dos realidades, según como sea de profunda mi fe, así de convincente será mi actuar o mi testimonio.
Siempre este tercer domingo se enmarca dentro de la celebración de la semana de oración por la unidad de los cristianos. Una celebración que, aunque pasa desapercibida para la mayoría de los creyentes, nosotros la recordamos todos los años. Unos de los últimos discursos de Jesús a los suyos, como previendo la importancia del mismo, fue el de recordarles la necesidad de estar unidos, el evangelista Juan nos presenta en su capítulo diecisiete como Jesús pide para que los que crean en Él sean uno y lo hace de una forma especial, repitiendo muchas veces lo de la unidad. Parece que presentía que este iba a ser unos de los problemas principales de los suyos, como así ha sido. La comunidad de Corinto como hemos escuchado en la segunda lectura ya sufrió este problema, unos decían que eran de Apolo, otros de Pedro, y otros de Pablo, olvidándose que todos eran de Cristo, como les reprocha San Pablo.
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