domingo, 27 de enero de 2019


“El evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos personas enfermas, débiles, frágiles o ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores, sino será mejor cuando sean más las personas que, como estos amigos, estén dispuestos y se animen a gestar el mañana y creer en la fuerza transformadora del amor de Dios”, dijo el Papa Francisco en la Vigilia a la que asistieron más de medio millón jóvenes, en el Campo “San Juan Pablo II” de Panamá, este sábado 26 de enero de 2019, con ocasión de la 34° Jornada Mundial de la Juventud.

El Señor viene a plantar y a plantarse

A los jóvenes, el Pontífice les recordó que, la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. “Esa vida – precisó el Papa – no es una salvación colgada ‘en la nube’ esperando ser descargada, ni una ‘aplicación’ nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco un ‘tutorial’ con el que aprender la última novedad”. “La salvación que el Señor nos regala es una invitación a ser parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir ‘sí’ a nuestra vida, a nuestra historia, y quiere que también digamos ‘sí’ junto a Él”.


María, la “influencer” de Dios

Así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia de amor. Sin lugar a dudas, la joven de Nazaret no salía en las “redes sociales” de la época, no era una “influencer”, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia. María, la “influencer” de Dios. Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en el amor y en las promesas de Dios, única fuerza capaz de hacer nuevas todas las cosas.

Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de esa joven, de ese “hágase” que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada o un “sí” como diciendo: ‘¡bueno, vamos a probar a ver qué pasa!’. Fue algo más, algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. Tendría complicaciones, ciertamente, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano.


La noche de los testimonios

Modelos actuales de este “sí” como el de María también se pudieron escuchar ayer en Panamá. Fueron los de la palestina Nirmeen Odeh, que tras la JMJ de Cracovia decidió volver a la fe, el de Erika de Bucktron que dijo “sí” a la vida cuando le propusieron abortar a su hija, y el de Alfredo Martínez Andrión, que tras luchar contra las drogas pudo abandonarlas, tal y como recoge la agencia ACI a continuación.



En una JMJ entendí que Jesús me amaba

Nirmeen Odeh, de 26 años, proveniente de Palestina, relató que su interés siempre estuvo en el conocimiento y si bien era cristiana en Palestina “realmente no me importaba ese título, ni los sitios sagrados que existían cerca de mí”.

Ella pensaba que era mejor “estar muy lejos del cristianismo para que no me molestaran en mi vida. Con todas las luchas y el cansancio de la vida diaria no me interesaba la fe. Sin embargo, tenía curiosidad por la idea de Dios. Y esta idea me fascinó”, dijo Nirmeen.

En 2016 Nirmeen participó en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia y en ese viaje tomó la decisión de confesarse y recibir a Cristo sacramentado “por primera vez, con fe en mi corazón. También me encontré con personas que fueron enviadas por Dios. Tres de ellos se convirtieron en sacerdotes”, sostuvo.

La joven explicó que de regreso en el avión, le pasaron el primer libro cristiano que leyó: Las Confesiones de San Agustín, “seguido por muchos otros que hablan de la misericordia y del amor de Dios y lo que significa ser un cristiano”.

“Para mí la Jornada Mundial de la Juventud fue solo el comienzo. El momento crucial cuando entendí que Jesús me amaba por lo que soy, con todos mis defectos. Sentí que me encontró en la única cosa en la cual me estaba escondiendo los libros”, aseguró.

Al concluir les dijo a los jóvenes del mundo que “este evento puede ser un momento crucial también en sus vidas. No se vayan hoy sin dejar que Jesús cambie algo en ustedes. Confíen en Él y déjenlo entrar, no se decepcionarán”.


Me propusieron abortar a mi hija con síndrome de Down

Otro de los impresionantes testimonios fue el de Erika de Bucktron, que compartió su historia de vida junto a sus cuatro hijos y su esposo con quien lleva 22 años de matrimonio.

Erika tuvo cinco embarazos de los cuales uno resultó ser anembriónico, es decir solo se desarrolló la placenta y no el embrión.

Sin embargo, “Dios tenía otros planes para mi familia”, aseguró Erika, pues a sus 42 años y sin esperarlo quedó embarazada. Fue un embarazo de alto riesgo y a las 17 semanas el médico confirmó que el bebé tenía síndrome de Down. Les ofrecieron abortar pero ambos optaron por la vida.

“Durante todo el embarazo nos abandonamos en las manos de Dios y pedimos se cumpliera que su voluntad. En el fondo teníamos la esperanza que nuestra hija naciera sana, pero acogimos con amor la voluntad del Señor”, relató.

Erika explicó que “por diversas circunstancias” a los padres les “cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna enfermedad o discapacidad”. Pero cuando nació decidieron “amarla con todo nuestro corazón, sin hacer ninguna diferencia con nuestros otros hijos, los cuales también la acogieron con mucho amor”.

Le pusieron el nombre de Inés en honor a la santa, que a su corta edad fue mártir por amor a Cristo, “es patrona de las jóvenes, las prometidas en matrimonio y además es signo de pureza”.

“Decidimos decir sí a la vida, pues toda vida es bendición de Dios, es Él quien llama, por eso decimos ‘Hágase en mí según tu palabra’”, concluyó Erika. 


Busqué una salida a las drogas con el crucifijo en la mano


Alfredo Martínez Andrión es el mayor de siete hermanos. Bautizado, confirmado y monaguillo en la parroquia Virgen de Fátima.

Comentó que cuando tenía 16 años la situación económica de su familia empeoró, al extremo que a veces no tenían para comer. “Tuve que abandonar el colegio y comenzar a trabajar” junto a su padre.

“Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo”, entonces se dejó llevar por malas influencias, dejó de asistir a la parroquia y comenzó a robar.

Luego cayó en las drogas y en la cárcel donde estuvo recluido 12 meses. Al salir en libertad recayó y los problemas continuaron.

“Traté de buscar una salida con el crucifijo en la mano. Llegué a la Fundación San Juan Pablo II, donde encontré un hogar, un apoyo y algo muy importante: hermanos que me animaron en mi camino de resocialización”, dijo Alfredo.

“Me enseñaron a confiar en Dios y, a través de Él, a confiar en los demás. Esa fe me ayuda hoy en día a seguir mi camino y a no perder la esperanza”, aseguró.

“Quiero decirles a los jóvenes del mundo que Dios nos ama y nunca nos abandona. Somos dueños de nuestros propios actos, pero si estamos con Dios todo va a salir bien. No teman en decirle a Jesús ‘Hágase en mí según tu palabra’”, concluyó el joven.

El Papa Francisco agradeció los valientes testimonios durante su mensaje a los jóvenes.

“Ustedes fueron creados para algo más. María lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: ¡Hágase! Alfredo lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Los hemos escuchado aquí”, expresó.



Discurso del Santo Padre en la vigilia de la JMJ

 Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!

Vimos este hermoso espectáculo sobre el Árbol de la Vida que nos muestra cómo la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que el Señor nos regala es una invitación a ser parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir “sí” a nuestra vida, a nuestra historia, y quiere que también digamos “sí” junto a Él. Él siempre va primero. Él siempre nos primerea, es primero.

Así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia de amor. Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las “redes sociales” de la época, no era una influencer, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia.

María, la influencer de Dios. Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en el amor y en las promesas de Dios, única fuerza capaz de hacer nuevas todas las cosas.

Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de esa joven, de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada o un “sí” como diciendo: bueno, vamos a probar a ver qué pasa. Fue algo más, algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. Tendría complicaciones, ciertamente, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano.

María no compró un seguro de vida, María ¡dijo sí! Es una influencer, la influencer de Dios. El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades.

Esta tarde también escuchamos cómo el “sí” de María hace eco y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de María arriesgan y apuestan guiados por una promesa. Gracias Erika y Rogelio por el testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos, ¿eh? Merecen un aplauso.

Compartieron sus temores, dificultades y todo el riesgo vivido ante el nacimiento de su hija Inés. En un momento dijeron: «A los padres, por diversas circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna enfermedad o discapacidad», eso es cierto y comprensible. Pero lo sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos amarla con todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los anuncios y dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron como María «hágase», decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija frágil, indefensa y necesitada la respuesta fue un “sí” y ahí tenemos a Inés. ¡Ustedes creyeron que el mundo no es solo para los fuertes!

Decir “sí” al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron Erika y Rogelio. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando.

Les hago una pregunta. Alguien que es discapacitado. ¿Es digno de amor? –¡Sí!– ¿Cómo? No se les oye bien. –¡¡Sí!!– Otra pregunta, a ver como responden: Alguien por ser extranjero, por haberse equivocado, ¿es digno de amor? ¡Sí! Gritan los jóvenes. Solo lo que se ama puede ser salvado.

¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de sus negaciones y nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es permanecer en el piso y no dejarse ayudar. (…) No permanecer caído.

¡Qué difícil se hace muchas veces entender el amor de Dios! Pero, ¡qué regalo es saber que tenemos un Padre que nos abraza más allá de todas nuestras imperfecciones!

¡El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como viene, abrazar la vida!

Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo en los cuatro “sin” que dejan nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo, sin educación, sin comunidad, sin familia.

¿Se animan ustedes los grandes (adultos) a ver a los jóvenes con los ojos de Dios? ¿A darles raíces para que después puedan llegar al Cielo?

Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde sujetarse. Esta es una pregunta que los mayores estamos obligados a hacernos, es más, es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos y tendremos el deber de respondérsela: qué raíces les estamos dando, qué cimientos para construirse como personas les facilitamos. Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde agarrarse y soñar el futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar la vida.

Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia al final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.

Recuerdo una vez charlando con unos jóvenes que uno me pregunta: Padre, ¿por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida? Les contesté: Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?.

Entre las respuestas que surgieron en la conversación me acuerdo de una que me tocó el
corazón y tiene que ver con la experiencia que Alfredo compartía: “Padre, es que muchos de ellos sienten que, poco a poco, dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles”. Muchos jóvenes sienten que dejaban de existir para otros, para la familia, para la comunidad. Sienten que son invisibles. Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar porque no cuentan con espacios reales desde donde sentirse convocados. ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos hace tiempo dejaron de existir para sus hermanos?

Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse reconocido o amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande que estar “en la red”. Significa encontrar espacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los necesita y que también ustedes necesitan.

 Eso los santos lo entendieron muy bien. Pienso por ejemplo en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte lejana o especial, sino que aprendió a ver todo lo que pasaba en la ciudad con los ojos de Dios y, así, fue golpeado por cientos de niños y jóvenes abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad. Muchos vivían en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no sabían mirarlos con los ojos de Dios.

Él lo hizo y se animó a dar el primer paso: abrazar la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de dar el segundo: crear con ellos una comunidad, una familia donde con trabajo y estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para que puedan llegar al cielo.

Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que promueven lo que llaman familia grande hogar de Cristo que, con el mismo espíritu de la Fundación Juan Pablo II que nos contaba Alfredo y tantos otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y complejidad porque saben que «una esperanza guarda el árbol: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos» (Jb 14,7).

Y siempre se puede “retoñar y echar renuevos” cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces, que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir un nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y entregado a una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor se hace presente. Decir “sí” a esta historia de amor es decir “sí” a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios, comunidades eclesiales capaces de callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas relaciones. Ser un “influencer” en el siglo XXI es ser custodios de las raíces, custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, se evapore en la nada. Sean custodios de todo aquello que nos permita sentirnos parte los unos de los otros. Que nos pertenecemos.

Así lo vivió Nirmeen en la JMJ de Cracovia. Se encontró con una comunidad viva, alegre, que le salió a su encuentro, le dio pertenencia y le permitió vivir la alegría que significa ser encontrada por Jesús.

Un santo una vez se preguntó: «El progreso de la sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o adquirir la última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del hombre? ¿No hay nada más que vivir para esto?» (cf. S. ALBERTO HURTADO, Meditación de Semana Santa para jóvenes, 1946). Yo les pregunto: ¿Esa es vuestra grandeza? ¿No habrán sido creados para más? María lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: ¡Hágase! Alfredo lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Amigos, les pregunto: ¿Están dispuestos a decir “sí”?

El evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos personas enfermas, débiles, frágiles o ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores, sino será mejor cuando sean más las personas que, como estos amigos, estén dispuestos y se animen a gestar el mañana y creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. ¿Quieren ser “influencer” al estilo de María, que se animó a decir «hágase»? Solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero vacíos placebos.

Dentro de un momento nos encontraremos con Jesús vivo en la eucaristía. Seguro que tendrán muchas cosas que decirle, contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus familias y de sus países. Estando frente a Él, cara a cara, no tengan miedo de abrirle el corazón y que renueve el fuego de su amor, que los impulse a abrazar la vida con toda su fragilidad y pequeñez, pero también con toda su grandeza y hermosura. Que los ayude a descubrir la belleza de estar vivos.

No tengan miedo de decirle que ustedes también quieren tomar parte en su historia de amor en el mundo, ¡que están para más!

Amigos: Les pido también que en ese cara a cara con Jesús le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la vida, cuide las raíces y diga como María: ¡Hágase según tu palabra!

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