Hoy celebramos el misterio más grande: Dios se hace hombre para salvarnos. El Evangelio de Juan nos lleva al principio de todo, cuando "la Palabra estaba junto a Dios". Esa misma Palabra, que creó el universo, eligió hacerse carne, nacer en la humildad de un pesebre y vivir entre nosotros. Jesús no vino envuelto en poder ni gloria humana, sino en la sencillez que desarma nuestras expectativas, porque su luz no busca deslumbrar, sino iluminar el corazón. En medio de la tiniebla de este mundo, Él es la luz verdadera que nos ofrece vida, una vida que solo se comprende al experimentar su amor.
Y lo más impresionante: esa luz no se impone, sino que espera ser recibida. A quienes le abren su corazón, les regala el privilegio de ser hijos de Dios. Esto no depende de lo que hagamos o merezcamos, sino de creer en Él, de confiar en su amor. Hoy, en la Natividad, contemplamos a ese Dios que no se queda lejos ni indiferente, sino que "acampa entre nosotros". En todos los momentos de nuestra vida Dios está presente. Este Jesús recién nacido nos invita a acogerlo, a dejar que su gracia transforme nuestras vidas y a caminar siempre iluminados por su verdad. ¿Te animas a dejarlo entrar hoy?
Y lo más impresionante: esa luz no se impone, sino que espera ser recibida. A quienes le abren su corazón, les regala el privilegio de ser hijos de Dios. Esto no depende de lo que hagamos o merezcamos, sino de creer en Él, de confiar en su amor. Hoy, en la Natividad, contemplamos a ese Dios que no se queda lejos ni indiferente, sino que "acampa entre nosotros". En todos los momentos de nuestra vida Dios está presente. Este Jesús recién nacido nos invita a acogerlo, a dejar que su gracia transforme nuestras vidas y a caminar siempre iluminados por su verdad. ¿Te animas a dejarlo entrar hoy?
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