El pasaje del Evangelio de Marcos 9, 2-10, que relata la Transfiguración de Jesús en presencia de Pedro, Santiago y Juan, nos ofrece una profunda meditación sobre la revelación de la divinidad de Cristo y la importancia de la fe en la vida cristiana. Este episodio, situado en un momento crucial del ministerio de Jesús, no solo sirve como un anticipo de la gloria de la Resurrección, sino también como una enseñanza vital sobre la necesidad de escuchar y seguir las enseñanzas de Jesús. La voz del Padre que proclama a Jesús como su "Hijo amado" y nos insta a "escucharlo" resuena como un llamado a profundizar nuestra relación con Dios, reconociendo en Jesús no solo al maestro y profeta, sino al Mesías que se transfigura ante nuestros ojos para revelarnos la plenitud de su misión salvífica.
Este segundo domingo de Cuaresma, al contemplar la Transfiguración, somos invitados a ascender nuestra propia montaña, alejándonos del ruido y las distracciones del mundo para encontrarnos en soledad y silencio con Dios. Este tiempo litúrgico nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestra propia fe y la manera en que respondemos al llamado divino en nuestras vidas, al igual que Abraham y los discípulos. Se nos pide que miremos más allá de nuestras comprensiones terrenales y confiemos en la promesa divina de salvación y vida eterna, alimentando nuestra fe con la Palabra de Dios y permitiendo que la luz de Cristo transfigurado ilumine nuestras vidas, guiándonos hacia una conversión genuina y una renovación espiritual que nos prepare para celebrar con plenitud el misterio pascual.
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