sábado, 17 de junio de 2023

Domingo XI del Tiempo Ordinario

Dice la escritura de hoy que Jesús se compadeció de las gentes, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor. Por ello mandó a unos cuantos de los suyos a que se ocuparan de ellos. Los discípulos eran voluntariosos, de buen corazón, pero también eran débiles y propensos a buscar el beneficio en las cosas que hacían. Ocuparse del resto de la humanidad no debía estar en sus planes inmediatos. Estaban más preocupados por descubrir cuál sería su sitio en el Reino, que en mirar a su alrededor y ver si alguien necesitaba alguna cosa.

Sin embargo, el encargo no es pequeño: les manda a remediar todo lo que los judíos de su tiempo consideraban más despreciable: curar a los leprosos, resucitar a los muertos y echar demonios. La lepra, la muerte y los demonios eran los motivos más fuertes de exclusión que una persona podía sufrir, las más fulminantes causas de abandono y de marginación.

Los apóstoles no estaban preparados para lo que se les pedía. Si supieron responder es porque la persona de Jesús les había arrebatado el corazón, y comprendieron a tiempo, casi todos, que si querían construir el nuevo reino de Dios pasaba por ser personas nuevas. Sintieron dentro de sí que el mensaje de Jesús tenía sentido si salía de ellos hacia el exterior y los llevaba a una entrega fiel y sin límites a lo que habían recibido.

Recibieron el encargo y a pesar de sus debilidades lo llevaron a la práctica. Son muchos los que al día de hoy continúan esa misión y ese encargo entre nosotros, sin alborotos, sin estridencias, pero con una conciencia especial de adonde conducen sus vidas. Los acompaña una gracia especial: gratis lo recibieron, gratis lo dan. La gratuidad de su entrega es más notoria cuanto menor es el beneficio personal que obtienen. Viven entre nosotros y nos suele costar reconocerlos. Nos hace falta un poco más de humildad para saber reconocer lo que nos falta y para saber quién puede dárnoslo.

Lo mismo que Jesús mandó a aquellos doce, nos envía también a nosotros, cada bautizado es un enviado, un discípulo, un testigo, un apóstol. Y debemos comenzar nuestra misión por lo más cercano que tengamos junto a nosotros, y lo más cercano que tengo junto a mí, ¿qué es? ¿mi vecino?, ¿el que está sentado junto a mí? No, el más cercano soy yo mismo. Tengo que comenzar por mí, cambiar lo que tengo que cambiar y ser más fiel a lo que Jesús me pide.

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