Con la solemnidad de Cristo, Rey del Universo -solemnidad que fue instituida por el Papa Pío XI, hace menos de 100 años-, la Iglesia celebra la soberanía de Cristo sobre todas las cosas creadas. Por eso, esta solemnidad se celebra el último domingo del Año Litúrgico, para indicar que Cristo es principio y fin.
En el mundo actual hemos puesto al ser humano en el centro de todo, y esta fiesta nos recuerda que el centro de todo es Jesucristo, el Hijo de Dios, el rey, que se ha sometido y humillado para hacernos Hijos, Profetas, Reyes, Sacerdotes en Él.
Nos recuerda también que la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la Historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno.
Proclamamos en esta solemnidad el texto evangélico de Mateo 25, 31-46, el famoso texto de «lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis». El Señor explica cómo entraremos a encontrarnos con Él, el rey, en el reino de los cielos: habrá un juicio sobre el amor al prójimo. No se nos preguntará cuántas cosas hemos hecho o conseguido, no se nos pedirá el currículum, sino que se nos preguntará cómo hemos amado al prójimo.
"Yo soy rey". Es evidente que Jesús nunca tuvo ambiciones políticas, pues para Jesús el reino es otra cosa: "Si mi reino fuera de este mundo, lo que están conmigo, habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos". Jesús quiere hacer comprender que por encima del poder político, hay otro mucho mayor, que no se consigue con medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder... que es el amor, dando testimonio de la Verdad. Se trata de la verdad divina, que en definitiva es el mensaje esencial del evangelio: Dios es amor. Y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Este es el reino del que Jesús es rey. Y que se extiende hasta el final de los tiempos.
El creyente está llamado a amar como Cristo, hasta el extremo, renunciando a sí mismo. El creyente sabe que no basta con la fe, o con rezar, o con tener una vida sacramental, sino que también son imprescindibles las obras de la fe, el poner la fe en acción. Lo que hagamos para el prójimo -especialmente el más necesitado- lo estamos haciendo para Jesucristo. Esta es la exigencia de nuestro Rey para que podamos entrar a su presencia. No es opcional: amar a Dios sobre todas las cosas, amar a Dios en el prójimo, amar como Dios ama. Este es el mandato de nuestro Rey: amar.
Jesús nos pide hoy que le permitamos que se convierta en nuestro rey. Un rey que con su palabra, su ejemplo y su vida inmolada en la cruz nos ha salvado de la muerte. E indica este rey el camino al hombre perdido, da nueva luz a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por las pruebas cotidianas. Él podrá dar un nuevo sentido a nuestra vida. Jesús no vino para dominar pueblos y territorios, sino para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado. Que la virgen María nos ayude a recibir a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino dando testimonio a la verdad que es Amor.
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