A los discípulos de Jesús los conflictos nos pueden venir de fuera, de la familia, de los amigos, de los que piensan y viven de otro modo.
Sin embargo, uno de los conflictos más fuertes es el que se gesta en el interior de uno mismo cuando, movidos por el miedo y la desesperación, dejamos de experimentar la cercanía y la fuerza de Dios, que nunca nos abandona. Cristo nos invita a que no nos dejemos dividir y nos mantengamos entregados a la misión.
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