Cuando utilizamos el término «creer»
nos referimos a un acto humano que consiste en conocer algo que no vemos o no
sabemos por nosotros mismos. Es imposible creer algo que vemos directamente o
que sabemos científicamente.
Ver o saber algo hace que desaparezca la «creencia» o «fe» que
antes se tenía. Cuando creemos en algo nos referimos a lo que no está al
alcance de nuestro conocimiento directo.
A veces se utiliza la palabra «creer» en un sentido impropio, para
designar más bien una opinión subjetiva. Si afirmo, por ejemplo: «creo que el
otoño es la mejor época para viajar», estoy manifestando una opinión mía. De
modo parecido, si alguien afirma que «cree» en las cartas astrales, en los
extraterrestres o en la reencarnación, quiere decir que «no lo sabe», pero que,
por alguna razón, basándose en datos o sugerencias que recoge aquí o allá, ha
formado esa opinión por sí mismo.
En cambio, «creer», en sentido propio, es resultado de la relación
con otras personas y tiene también diversos significados.
Quizá nos ayude exponer escalonadamente algunos de esos
significados para acercarnos al sentido preciso de la fe cristiana:
• En ocasiones, «creer» se refiere a la apuesta vital que
se hace por alguien: «el entrenador
creyó en mí», es decir, apostó por mi capacidad de rendimiento y éxito
deportivo.
• También creemos a quien simplemente nos informa para responder a
algo que le hemos preguntado como, por ejemplo: «el despacho del profesor de
Física es el tercero a la derecha».
• En un sentido más preciso, creer designa una relación profunda
entre personas: «creo en mis amigos», «creo en mi esposo» o «creo en ti».
• Esa relación personal se hace única cuando da lugar a la fe
religiosa, es decir, a la fe en Dios: «creo en Dios».
• Finalmente, existe el sentido cristiano de la fe, que integra
todos los sentidos anteriores y lleva a decir: «creo en ti, Señor Jesucristo».
«Creo en Dios» significa que reconozco que, más allá de lo que
experimento directamente o de lo que conozco científicamente, existe una
realidad suprema: Dios, origen de todo lo creado, que no pertenece a este
mundo, sino que es la causa y el fin de todo lo que existe.
A lo largo de la historia, los hombres han reconocido a Dios a
través de las huellas que de Él encuentran en el cosmos y en su propia conciencia,
y se han dirigido a Él como Señor de todas la cosas, fuente de los dones de la
creación, juez universal que premia el bien y castiga el mal, verdad y bien
sumos, etc. La relación con la divinidad da lugar asía la experiencia
religiosa, que incluye creencias, ritos de culto y preceptos morales.
La fe religiosa o fe en Dios es, por tanto, una forma de fe
totalmente especial, porque la relación que implica no es con otra persona como
yo, sino con Dios, un Dios personal, cuya realidad es percibida no directamente,
sino de modo indirecto, es decir, a través de sus obras. «Los cielos proclaman la
gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos», leemos en el Salmo
19.
Y por eso san Pablo afirma que quienes no han conocido a Dios a
través de sus obras son inexcusables (Carta a los Romanos 1, 19).
El conocimiento de Dios es, por tanto, un conocimiento cierto
aunque imperfecto; accesible, de modos diversos, a toda persona. Solamente a
partir del reconocimiento de Dios, el hombre puede entender el sentido de su
vida, ya que su origen y su fin se encuentran en la voluntad y en el plan
amoroso de Dios por sus criaturas. Igualmente, solo si se reconoce a Dios como
creador se puede hablar de ley natural y, por tanto, de derechos
naturales, inalienables, de las personas, y de la bondad o maldad objetiva de
las acciones humanas.
El Concilio Vaticano II se ha referido al ateísmo moderno y ha
afirmado que quien voluntariamente se esfuerza por alejar a Dios de su corazón
y evitar las cuestiones religiosas, sin seguir el dictamen de su conciencia, no
carece de culpa. De igual modo, ha enseñado que el conocimiento de Dios es un
hecho originario, o sea, no derivado de otros factores (económicos, psicológicos, etc.), como han
afirmado algunos defensores del ateísmo. Finalmente, ha recordado que cuando se
niega a Dios, también la dignidad del
hombre sufre daños gravísimos.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge la
afirmación clásica de que «el hombre es por naturaleza religioso» (cfr. n. 44).
Lo propio de la fe religiosa es la incondicionalidad, que
lleva a aceptar a Dios y sus palabras de manera absoluta, porque Él, Dios, lo
dice, y no porque estén de acuerdo con la opinión propia o parezca aceptable por
otras razones. Poner condiciones a Dios equivaldría a no aceptarlo como Dios.
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