domingo, 24 de diciembre de 2017

La Isla de los Monjes, 2ª película con más recaudación

Christine Girardot, distribuida por Bosco Films, ha sorprendido en la cartelera española el pasado fin de semana obteniendo la segunda mejor media de recaudación por sala con cerca de 1400 € por copia. Es un hecho insólito para un documental de estas características, más meritorio al contar en la mayoría de las salas, con únicamente una o dos sesiones.

La excelente acogida por parte del público ha propiciado que La Isla de los Monjes amplie sesiones y entre en nuevas ciudades.

La película 'La Isla de los monjes' narra el cambio de ocho religiosos que se mudan tras vender su monasterio en Holanda. La cinta ganó el premio al mejor Documental en los Festivales Internacionales de Dakha (Bangladesh); el Religión Today (Turín) y fue nominado en la misma categoría en el Festival de París y el Northem Film Festival de Holanda.

Publicamos a continuación la reseña de la película de la web especializada en Cine con valores CinemaNet.info

Luz del mundo, sal de la tierra
por Guillermo Altarriba, director de contenidos de CinemaNet. 

Si hay un elemento que resulta omnipresente a lo largo de La isla de los monjes, el último documental de la francesa Anne Christine Girardot, es el faro: la imagen de una torre en cuya cúspide gira un haz de luz se repite a lo largo del documental, salpicando el metraje con su figura. 

No es manierismo, así es como la directora ve a sus protagonistas, los monjes de la abadía de Sion: figuras erguidas y firmes ante el oleaje de un mundo cada vez más cambiante que, con su mera presencia sirven de guía y punto de referencia.

Faros en una película con título de isla: las reminiscencias marineras no son casuales en una película que habla de cómo una sociedad a la deriva choca con la roca firme de un monasterio. No de un grupo de monjes, sino de un monasterio: a pesar de tener que dejar físicamente su edificio, los protagonistas de esta película hacen buena la frase de Jesucristo. “Allí donde allá dos reunidos en mi nombre, estaré”, decía el Nazareno, preconizando una Iglesia que es “asamblea” y no “construcción física”.

En esta confrontación entre el mundo contemporáneo y la tradición monástica hay momentos de comedia tierna –como cuando uno de los monjes intenta comprar en un supermercado y no sabe cómo funciona la tarjeta de crédito- e instantes de profunda exploración. De indagación en la vocación de los protagonistas: siete personas tan humanas como cualquiera que han respondido a una llamada y a una pasión.

Esto es fundamental, porque rompe con los estereotipos sobre los monjes y demás religiosos: frente a una creencia que los visualiza como santos incorruptos –y, por tanto, inaccesibles-, La isla de los monjes nos los revela como personas corrientes, con sus dudas, caídas e inseguridades, pero con la conciencia profunda de haber respondido a una llamada de amor. Es precioso ver cómo, en sus testimonios frente a la cámara de Girardot, los monjes no hablan de obligaciones ni de privaciones, sino de un deseo profundo que les llevó a entrar en la abadía.

Todo ello va tejiendo una película contemplativa, que nos introduce en el día a día del monasterio y que, con suavidad, va dejando caer piedrecitas para que las sigamos si queremos. Pequeñas perlas de sabiduría y amor sencillas como guijarros, pero hermosas como mármol de Carrara: aparecen de repente, en la frase de un monje o en la reacción espontánea de un niño.

Porque la isla de los monjes es Schiermonnikoog, un lugar físico, pero también un estado del alma. Una meta espiritual en la que los siete protagonistas de esta película se mantienen de pie haciendo de faro a todos los que peregrinamos.


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