Aquí las soluciones:
Este tercer domingo de Cuaresma, nos enfrentamos nuevamente a la poderosa narrativa del evangelio de san Juan 2, 13-25, donde Jesús purifica el Templo, un acto que resuena profundamente en nuestro camino cuaresmal hacia la renovación y la conversión. La acción de Jesús de expulsar a los vendedores y cambistas del Templo no es simplemente una muestra de autoridad divina o de indignación moral; es una invitación a reflexionar sobre la pureza de nuestra fe y la sinceridad de nuestra adoración. Al igual que el Templo se había convertido en un lugar de transacciones comerciales, nuestras vidas, saturadas de distracciones y preocupaciones mundanas, pueden alejarnos del verdadero propósito de nuestra existencia: vivir en comunión con Dios y con los demás. Este pasaje nos desafía a examinar las "mesas" que necesitan ser volcadas en nuestros corazones para hacer espacio a una relación más auténtica y comprometida con lo divino.
La enseñanza de Jesús sobre la destrucción y reconstrucción del templo, aludiendo a su resurrección, amplía nuestra comprensión de la presencia de Dios no solo en lugares sagrados, sino también dentro de nosotros, transformando nuestro ser en un templo vivo del Espíritu Santo. Esta perspectiva nos empuja a llevar una vida que refleje la presencia de Dios en cada acción, palabra y pensamiento, trascendiendo los límites físicos de la adoración para encontrar a Dios en la cotidianidad de nuestra existencia. Nos recuerda que nuestra fe debe ser vivida activamente, buscando a Dios no solo en los templos de piedra, sino en el amor al prójimo, en la justicia, y en la misericordia, convirtiendo cada encuentro y cada espacio en un lugar de encuentro sagrado con lo divino. Así, este pasaje bíblico nos invita a reflexionar sobre cómo podemos ser verdaderos templos del Espíritu, llevando la luz de Cristo a cada rincón de nuestras vidas y del mundo.
El pasaje del Evangelio de Marcos 9, 2-10, que relata la Transfiguración de Jesús en presencia de Pedro, Santiago y Juan, nos ofrece una profunda meditación sobre la revelación de la divinidad de Cristo y la importancia de la fe en la vida cristiana. Este episodio, situado en un momento crucial del ministerio de Jesús, no solo sirve como un anticipo de la gloria de la Resurrección, sino también como una enseñanza vital sobre la necesidad de escuchar y seguir las enseñanzas de Jesús. La voz del Padre que proclama a Jesús como su "Hijo amado" y nos insta a "escucharlo" resuena como un llamado a profundizar nuestra relación con Dios, reconociendo en Jesús no solo al maestro y profeta, sino al Mesías que se transfigura ante nuestros ojos para revelarnos la plenitud de su misión salvífica.
Este segundo domingo de Cuaresma, al contemplar la Transfiguración, somos invitados a ascender nuestra propia montaña, alejándonos del ruido y las distracciones del mundo para encontrarnos en soledad y silencio con Dios. Este tiempo litúrgico nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestra propia fe y la manera en que respondemos al llamado divino en nuestras vidas, al igual que Abraham y los discípulos. Se nos pide que miremos más allá de nuestras comprensiones terrenales y confiemos en la promesa divina de salvación y vida eterna, alimentando nuestra fe con la Palabra de Dios y permitiendo que la luz de Cristo transfigurado ilumine nuestras vidas, guiándonos hacia una conversión genuina y una renovación espiritual que nos prepare para celebrar con plenitud el misterio pascual.