sábado, 4 de enero de 2025

Domingo II después de Navidad

En este segundo domingo después de Navidad, la liturgia nos recuerda una verdad fundamental: somos hijos de Dios. Esa filiación divina no es solo un título o una idea abstracta, sino una realidad que define nuestra identidad y nuestra relación con Él y con los demás. El hecho de ser hijos de Dios nos llena de gratitud, porque sabemos que Él nos mira con un amor incondicional y nos invita a vivir como miembros de su familia. Este es el regalo que nos hace la Encarnación: a través de Jesús, Dios nos ofrece una nueva manera de vernos a nosotros mismos y de entender el mundo que nos rodea.

Esta filiación no solo nos conecta con Dios, sino que también da forma a nuestra relación con los demás. Al sabernos hijos del mismo Padre, nos llama a vivir en fraternidad, en paz y en respeto mutuo. Nuestra paz y serenidad no provienen de las circunstancias externas, sino de esa profunda certeza de que somos amados por Dios. Vivir desde esta identidad nos ayuda a afrontar las dificultades con esperanza y a mantener el corazón tranquilo, sabiendo que, como hijos amados, siempre estamos en sus manos.

viernes, 27 de diciembre de 2024

Domingo de la Sagrada Familia

El evangelio de la Sagrada Familia nos presenta un momento clave de la infancia de Jesús: su presencia en el templo, rodeado de maestros, dialogando sobre la Ley de Dios. Además, este pasaje de Lucas nos pinta una escena muy humana de la vida de la Sagrada Familia. Es una historia que nos habla de las emociones tan normales de una familia: la angustia de María y José al no encontrar a Jesús, su alivio al hallarlo, y hasta la sorpresa por su respuesta. Jesús, a sus doce años, ya deja entrever su conciencia sobre su identidad y misión divina cuando dice que "debía estar en la casa de su Padre". Pero fíjate, aunque Jesús sabe que su lugar está en las cosas del Padre, también regresa con María y José a Nazaret y vive obedeciéndolos. Aquí hay una lección preciosa de equilibrio entre lo humano y lo divino: Jesús nos muestra cómo vivir plenamente nuestra relación con Dios sin descuidar nuestras responsabilidades con los demás.

La Sagrada Familia no es un modelo de perfección inalcanzable, sino un ejemplo de amor y fe en medio de las situaciones cotidianas. ¿Qué tal si tomamos este domingo para mirar a nuestras familias con gratitud y para renovar nuestra confianza en Dios, incluso cuando las cosas no salen como esperamos?

Pasatiempos para el Domingo de la Sagrada Familia

 
Aquí las soluciones:  
 



martes, 24 de diciembre de 2024

¡Feliz Navidad!

Hoy celebramos el misterio más grande: Dios se hace hombre para salvarnos. El Evangelio de Juan nos lleva al principio de todo, cuando "la Palabra estaba junto a Dios". Esa misma Palabra, que creó el universo, eligió hacerse carne, nacer en la humildad de un pesebre y vivir entre nosotros. Jesús no vino envuelto en poder ni gloria humana, sino en la sencillez que desarma nuestras expectativas, porque su luz no busca deslumbrar, sino iluminar el corazón. En medio de la tiniebla de este mundo, Él es la luz verdadera que nos ofrece vida, una vida que solo se comprende al experimentar su amor.

Y lo más impresionante: esa luz no se impone, sino que espera ser recibida. A quienes le abren su corazón, les regala el privilegio de ser hijos de Dios. Esto no depende de lo que hagamos o merezcamos, sino de creer en Él, de confiar en su amor. Hoy, en la Natividad, contemplamos a ese Dios que no se queda lejos ni indiferente, sino que "acampa entre nosotros". En todos los momentos de nuestra vida Dios está presente. Este Jesús recién nacido nos invita a acogerlo, a dejar que su gracia transforme nuestras vidas y a caminar siempre iluminados por su verdad. ¿Te animas a dejarlo entrar hoy?

domingo, 15 de diciembre de 2024

III Domingo de Adviento C


El evangelio de este domingo nos coloca frente a una de las preguntas más profundas y directas que podemos hacerle a Dios: "¿Entonces, qué hacemos?". Es una cuestión que brota del corazón inquieto de quienes buscan vivir conforme a la voluntad de Dios. Juan el Bautista no se anda con rodeos: su respuesta es práctica, concreta y profundamente exigente. Compartir con los que no tienen, ser justos en los tratos económicos y no aprovecharse de los demás son actitudes que reflejan la esencia del Reino de Dios. En palabras de Juan, no hay espacio para excusas: cada uno, desde su lugar, puede y debe vivir de manera coherente con la fe. Esta invitación nos recuerda que la conversión no es solo un cambio interno, sino también una transformación visible en nuestras acciones cotidianas.

Sin embargo, el mensaje de Juan no se queda en la ética: apunta a algo más grande. Él se define como el precursor, el que prepara el camino para el verdadero Salvador. Su bautismo es solo un signo de conversión, pero anuncia a quien bautizará "con Espíritu Santo y fuego". Esa referencia al fuego puede sonar inquietante, pero es un símbolo de purificación y fuerza. Jesús, a quien Juan señala, no solo viene a marcar normas, sino a transformar los corazones con el poder del Espíritu. Este evangelio nos interpela a preguntarnos cómo estamos viviendo esa expectativa del Mesías y nos invita a renovar nuestra esperanza en Aquel que no solo cambia nuestras acciones, sino que también transforma nuestra vida desde lo más profundo.