El evangelio de hoy, refleja de fondo la preocupación de los discípulos por su futuro, una vez que Jesús se vaya al Padre. Preocupación, por otra parte, bastante comprensible. Por eso, Jesús les dice que no pierdan la calma. Jesús les promete volver y les habla de la casa del Padre. “No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mi”, es una expresión que suena a confianza, a serenidad, a fe como reposo para el cansancio o el miedo. Suena a llamada para alejar de nosotros las supersticiones, que muchas veces llenan el corazón humano, desviándose de lo que significa un Dios cercano, que nos conoce, que nos quiere y que está atento a nuestras necesidades.
Jesús es el lugar natural de Dios donde el hombre de hoy y de todos los tiempos debe buscar a Dios, al Padre. Pedro, al decirnos en la segunda lectura, que Jesús es la piedra angular, nos está diciendo lo mismo con otras palabras. Y la Iglesia lo repite en multitud de documentos al presentarnos a Jesús como el centro de la verdadera evangelización. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Señor que no busque otros sucedáneos que me intentan desviar de la dirección correcta, que no busque la verdad en otras cosas que no me llenan en plenitud, que no crea que la vida está en otro sitio que no seas Tú”.
En los tres años de vida pública, Jesús tuvo que explicar y dar muchas vueltas a las cosas que decía, pero lo que tuvo que ser tremendo para Él fue darse cuenta de que sus discípulos, los que había tenido más cerca, tampoco se habían enterado de lo importante. Y vuelve a repetirles que lo esencial es que el Padre hace sus obras a diario, todos los días. Que la meta es el camino. Que ponerse en manos del Padre antes de echar a andar, fijarse en la persona de su hijo y esforzarse en dar cada día un paso que nos acerque a Él, es suficiente. No hay que querer ver al Padre para saber hacia donde se camina. Él es el camino, y el camino es la vida misma. Buscarlo en cada acontecimiento, buscarlo cada día es ya estar con Él. Hacer camino desde la confianza que Él va a nuestro lado, atentos siempre a quienes caminan con nosotros, por si necesitan nuestra ayuda, confiar en Él y saberlo sentir en lo que hacemos.
Jesús es el lugar natural de Dios donde el hombre de hoy y de todos los tiempos debe buscar a Dios, al Padre. Pedro, al decirnos en la segunda lectura, que Jesús es la piedra angular, nos está diciendo lo mismo con otras palabras. Y la Iglesia lo repite en multitud de documentos al presentarnos a Jesús como el centro de la verdadera evangelización. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Señor que no busque otros sucedáneos que me intentan desviar de la dirección correcta, que no busque la verdad en otras cosas que no me llenan en plenitud, que no crea que la vida está en otro sitio que no seas Tú”.
En los tres años de vida pública, Jesús tuvo que explicar y dar muchas vueltas a las cosas que decía, pero lo que tuvo que ser tremendo para Él fue darse cuenta de que sus discípulos, los que había tenido más cerca, tampoco se habían enterado de lo importante. Y vuelve a repetirles que lo esencial es que el Padre hace sus obras a diario, todos los días. Que la meta es el camino. Que ponerse en manos del Padre antes de echar a andar, fijarse en la persona de su hijo y esforzarse en dar cada día un paso que nos acerque a Él, es suficiente. No hay que querer ver al Padre para saber hacia donde se camina. Él es el camino, y el camino es la vida misma. Buscarlo en cada acontecimiento, buscarlo cada día es ya estar con Él. Hacer camino desde la confianza que Él va a nuestro lado, atentos siempre a quienes caminan con nosotros, por si necesitan nuestra ayuda, confiar en Él y saberlo sentir en lo que hacemos.
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