Santa Lucía tiene un culto antiquísimo en la Iglesia: su nombre aparece en el Canon Romano. Era una joven de Siracusa que sufrió el martirio bajo la persecución de Diocleciano. Su memoria fue celebrada en breve tras "la paz de la Iglesia" y ya en el siglo V se venera en Sicilia su sepulcro. Es venerada también en Oriente. Su Passio (en versión griega, del s. V; y latina del s. VI) es apócrifa, pero bellísima. Cuando la amenazan de muerte, siempre según esta Passio, ella exclama: "No es necesario que insistas, nada me podrá separar del amor de mi Señor". El pueblo cristiano la ama. Ella es verdaderamente "hija de la luz". La iconografía más antigua la representa con una lámpara encendida, como las vírgenes del Evangelio, que se convirtió luego en un recipiente donde lleva sus propios ojos. Son los ojos de la fe: iluminada por la fe, forma parte del pueblo de los "hijos de la luz".
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