Todo bautizado, todo cristiano, por el mero hecho de serlo está llamado de una u otra manera a construir el Reino de Dios en el mundo en el que vive. Cada uno tenemos nuestra misión. Cada uno en su sitio, en la oficina, en su lugar de trabajo, en la universidad, en la escuela, cada uno donde vive, en su familia, en su bloque, en el barrio; sin hacer quizá grandes cosas, pero si con la convicción y la seguridad de que lo que hacemos está bien, y esa certeza solo la puede dar la fe. Nuestra comunidad parroquial de San Blas pretende ser ese grano de mostaza, pequeño por fuera pero grande por dentro. Quiere seguir viviendo su compromiso de fe en este mundo que nos ha tocado vivir y que queremos, aunque no nos gusten muchas de las cosas que vemos en él.
Pero estos comienzos, en una comunidad que se siente enviada, que lo que pretende es ser testigo de otro que le marca el camino, una comunidad que sabe que las fuerzas para conseguir lo que nos propongamos no depende de nosotros, esa comunidad lo primero que hace, y es lo que hacemos nosotros hoy, es ponernos en las manos del señor. Y ¿por qué nos ofrecemos al Señor? Porque sabemos que el que da el fruto es él, porque sabemos que con nuestras fuerzas no podemos nada, y que en el fondo somos pecadores, porque casi no podemos ni poner nuestro testimonio como modelo de nada porque también fallamos. Todo lo que consigamos, se lo deberemos a él, y no podremos presumir de nada.
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