Se deduce que, como nuestros propios padres son los predecesores que nos han enseñado, así también los padres de toda la Iglesia son especialmente los primeros maestros, quienes la instruyeron en las enseñanzas de los Apóstoles durante su infancia y primeros años. Es difícil definir la primera época de la Iglesia, o la época de los Padres. Es hábito común detener el estudio de la Iglesia primitiva en el Concilio de Calcedonia en el año 451. "Los Padres" deben sin duda incluir en Occidente a San Gregorio I (Magno) (m. 604), y en Oriente a San Juan Damasceno (murió aproximadamente en el año 754).
Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuandos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo d ela palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual, lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error (exageración en que cayeron en épocas posteriores varios escritores, y cuyas lamentables consecuencias perduran hasta hoy). Los Padres, al fomentar entre sus fieles -mediante una recta doctrina- la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara "en armónica subordinación al culto de Cristo" y gravitara "en torno a él como su natural y necesario punto de referencia" (Exhortación Apostólica Marialis cultus introducción).
Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuandos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo d ela palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual, lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error (exageración en que cayeron en épocas posteriores varios escritores, y cuyas lamentables consecuencias perduran hasta hoy). Los Padres, al fomentar entre sus fieles -mediante una recta doctrina- la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara "en armónica subordinación al culto de Cristo" y gravitara "en torno a él como su natural y necesario punto de referencia" (Exhortación Apostólica Marialis cultus introducción).
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