En la Biblia, Asiria significó opresión; Babilonia, poder.
Asiria y Babilonia atacan a los dos reinos hasta que Jerusalén (587 a. C.), sitiada durante más de 18 meses, es tomada; el rey Sedecías fue apresado y cegado, los objetos sagrados del Templo profanados y llevados a Babilonia. Jerusalén y el Templo fueron destruidos y los israelitas deportados. Sólo quedaron los muy pobres para cultivar la tierra (2 Re 25, 1-21).
Cuando los persas conquistaron Babilonia, los hebreos pudieron regresar a su patria, y con la ayuda del rey Ciro reconstruyeron Jerusalén.
En las conquistas de Alejandro Magno, Palestina pasó de nuevo a manos del Imperio de Macedonia, es decir, al rey de Siria. Muchas veces los hebreos trataron de rebelarse a la dominación de los reyes sirios, pero jamás llegaron a tener independencia.
Hacia el año 65 a.C., las legiones romanas llegan hasta los confines del país y lo conquistan. En el 63 a.C. Pompeyo conquista la región y la organiza en unidades territoriales: Judea (independiente, más en la teoría que en la práctica), Samaria y las ciudades libres.
En el año 37 a. C., Herodes, llamado el Grande, obtiene de los romanos el título de rey de Judea. A su muerte, el reino se divide entre sus hijos: Arquelao reinó en Judea, Samaria e Idumea; Filipo fue rey de Iturea y Traconítide; Herodes Antipas, rey de Galilea y Perea. Hacia el año 6 d.C., los romanos se ven obligados a destituir a Arquelao y convertir sus territorios en provincia romana, con un Procurador romano al frente. En el tiempo de Jesús, cuando es condenado a muerte, el procurador romano era Poncio Pilato que estuvo en el cargo del 26 al 36 d.C. Pilato fue quien entregó a Jesús a los judíos para que los crucificaran.
Durante la ocupación romana, el consejo judío, Sanedrín, intentó conservar la paz con los romanos para proteger su propia posición. Los recaudadores aprovecharon la ocasión para enriquecerse. En estas circunstancias, muchos esperaban la salvación, como Simeón, que se encontraba en el Templo cuando los padres de Jesús lo llevaron para presentarlo al Señor. Jesús debía estar atento para no ser confundido con un libertador político.
El espíritu de resistencia al opresor romano lo alimentaban los celotes (una especie de grupo de guerrilla); ese espíritu fue el que provocó los altercados que en el año 70 d.C. llevarían a la guerra y con ello la destrucción de Jerusalén y de su Templo por Tito. Los hebreos fueron desperdigados por el mundo (diáspora) y sólo después de la II Guerra Mundial retornan a su patria constituyendo el moderno Estado de Israel.
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