martes, 30 de septiembre de 2025

Domingo 27º del Tiempo Ordinario, C

El Evangelio de este domingo nos recuerda que la fe no es cuestión de tamaño sino de confianza. Los apóstoles piden: «Auméntanos la fe», y Jesús responde con la imagen del grano de mostaza: una semilla diminuta capaz de mover lo imposible cuando se pone en manos de Dios. La fe cristiana es adhesión viva a Cristo, que actúa en nosotros más allá de nuestros cálculos. No es magia ni autoayuda: es decirle al Señor «confío en Ti» en medio de las pruebas, la rutina y las responsabilidades. Cuando una familia reza junta, cuando un enfermo ofrece su dolor, cuando un joven elige el bien a contracorriente, ahí la fe —aunque parezca pequeña— abre espacio al poder de Dios.

La segunda parte del texto nos habla del servicio humilde: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer». No significa que nuestra vida no valga, sino que todo es gracia: lo que somos y lo que hacemos procede primero del amor de Dios. Por eso, el discípulo sirve sin reclamar privilegios, sin buscar aplausos, y descubre la alegría de amar gratuitamente como Jesús. En la Iglesia, en la parroquia, en casa, el camino es el mismo: fidelidad en lo pequeño, mansedumbre en el trato, perseverancia cotidiana. Así, con fe confiada y servicio humilde, el Señor realiza obras grandes en nosotros y a través de nosotros.

Pasatiempos Domingo 27º del TO, C

 

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Misas e intenciones de la parroquia de Iria


 

jueves, 25 de septiembre de 2025

Domingo 26º del Tiempo Ordinario, C

El Evangelio del rico epulón y el pobre Lázaro nos pone un espejo delante: no es una condena por tener bienes, sino por vivir de espaldas al hermano que sufre. Lázaro tiene nombre —Dios lo conoce—; el rico no, porque su vida se definió por lo que poseía, no por a quién amaba. El pecado aquí es de omisión: vio, cada día, y no hizo nada. Jesús nos recuerda que la verdadera riqueza es el corazón misericordioso que se deja tocar por la herida del otro. Donde hay indiferencia, el abismo empieza a abrirse ya en esta vida. Por eso la Iglesia insiste en la caridad concreta, la justicia y el cuidado de los más frágiles: ahí se juega nuestra fidelidad al Evangelio.

La segunda enseñanza es urgente: el tiempo de convertirse es ahora. “Tienen a Moisés y a los profetas”, dice Abraham; hoy tenemos la Palabra, la voz de la Iglesia y, sobre todo, a Cristo resucitado. No necesitamos señales extraordinarias para empezar a cambiar; necesitamos escuchar y poner por obra. ¿Cómo hacerlo? Abriendo los ojos —y la puerta— a los “Lázaros” de nuestro entorno, revisando nuestros hábitos de consumo, compartiendo con generosidad y cultivando una oración que ensanche el corazón. Así, cuando llegue el encuentro definitivo con Dios, no encontraremos un abismo, sino los brazos del Padre, que reconoce en nosotros el rostro de su Hijo, hecho pobre para enriquecernos con su amor.

martes, 16 de septiembre de 2025

Domingo 25º del Tiempo Ordinario, C

El evangelio de este domingo no aprueba la trampa del administrador infiel; Jesús alaba su astucia: supo reaccionar con decisión ante una crisis para asegurar su futuro. Esa comparación nos interpela: ¿somos igual de creativos y diligentes para el bien? El Señor nos enseña a usar los bienes de este mundo —limitados y frágiles— como medios al servicio del amor: “ganen amigos con el dinero injusto”, es decir, conviertan lo material en obras de misericordia, justicia y solidaridad que abran las puertas de la vida eterna. Cuando compartimos, perdonamos deudas, cuidamos a los más débiles y administramos con rectitud el tiempo, el dinero y los talentos, los transformamos en tesoros que no se pierden.


La segunda enseñanza es la fidelidad en lo pequeño y la definición del corazón: “no pueden servir a Dios y al dinero”. Lo material es bueno cuando sirve al Reino; se vuelve ídolo cuando ocupa el primer lugar. El discípulo elige a Dios como único Señor y, por eso, vive con coherencia: honrado en lo cotidiano, transparente en sus cuentas, sobrio en su estilo de vida, comprometido con el bien común. Pidamos la gracia de un corazón indiviso, capaz de preferir siempre a las personas sobre las cosas y de administrar lo que tenemos —en casa, en el trabajo, en la comunidad— con la prudencia del Evangelio, para que nuestros bienes hablen de nuestra fe y nuestra fe configure el uso de nuestros bienes.

sábado, 13 de septiembre de 2025

14 de septiembre: Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Mañana, 14 de septiembre, Domingo XXV del Tiempo Ordinario, la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. No es una fiesta para glorificar el dolor, sino para proclamar el amor de Dios que, en la cruz de Jesús, venció al pecado y a la muerte. Como recuerda el Evangelio (cf. Jn 3,14-16), el Hijo fue “elevado” para que todo el que crea tenga vida eterna: la cruz se convierte así en árbol de vida y trono de misericordia.

En la liturgia damos gracias porque “del árbol donde vino la muerte renació la vida”. Mirar la cruz con fe nos enseña el camino del amor que se entrega, del perdón y de la esperanza. Por eso, llevarla en el pecho, hacer la señal de la cruz al comenzar el día o besarla no es un gesto vacío: es decirle a Cristo “confío en Ti”.

La fiesta nació en Jerusalén en el siglo IV, unida a la dedicación de la basílica del Santo Sepulcro (335) y a la veneración de la reliquia de la Cruz hallada, según la tradición, por Santa Elena. Con el tiempo se extendió a toda la Iglesia. En el siglo VII cobró nuevo impulso cuando, recuperada la reliquia tras una invasión persa, el emperador Heraclio la devolvió solemnemente a Jerusalén. Desde entonces, el 14 de septiembre la Iglesia “exalta” la Cruz: no un objeto, sino el misterio de la salvación que en ella se realiza. 

El color litúrgico de esta fiesta es el rojo, por la Pasión del Señor. Pidamos hoy: “Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo”. Que la Cruz sea en nuestros hogares signo de esperanza, unidad y consuelo: allí donde parece vencer la oscuridad, brilla la victoria de Cristo.

martes, 9 de septiembre de 2025

Domingo 24º del Tiempo Ordinario, C

Jesús habla con Nicodemo en la noche y le revela algo decisivo: solo el Hijo que ha bajado del cielo puede mostrarnos el corazón del Padre. “Ser levantado” alude a la Cruz y, al mismo tiempo, a la glorificación: como la serpiente de bronce en el desierto curaba a quien la miraba, así quien fija su mirada en Cristo crucificado–resucitado encuentra vida. No se trata de ideas complicadas, sino de un gesto de fe: levantar los ojos al Señor cuando nos muerden el pecado, el desaliento o la culpa, y dejar que su misericordia nos sane. La fe cristiana comienza así: mirando y acogiendo, más que haciendo; dejándonos encontrar por quien ha venido a buscarnos.

Por eso el versículo central lo dice todo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Dios no ama un mundo ideal, sino el nuestro, con sus heridas; y no envía al Hijo para condenar, sino para salvar. Creer es abrirle la puerta a ese Amor que no obliga, pero llama; es pasar de la desconfianza al abandono confiado. ¿Cómo se concreta? Mirando al Crucificado en la Eucaristía, llevando la cruz de cada día con Él, perdonando en familia como hemos sido perdonados, y acercándonos al sacramento de la Reconciliación cuando caemos. Así el Evangelio de hoy se vuelve camino: al dejarnos amar por el Padre en su Hijo, el Espíritu nos regala “vida eterna”, que comienza ya aquí como vida nueva.

martes, 2 de septiembre de 2025

Domingo 23º del Tiempo Ordinario

Jesús va camino de Jerusalén y mucha gente le sigue con entusiasmo. Él no se deja llevar por la moda del momento y habla claro: seguirle es ponerle en el primer lugar, incluso por delante de los afectos más sagrados. Cuando dice “odiar” padre y madre usa un modo semita de hablar que significa “amar menos”, es decir, relativizar todo ante el amor absoluto a Dios. No contradice el cuarto mandamiento: al contrario, sólo quien tiene a Cristo en el centro aprende a amar mejor a su familia, sin convertirla en un ídolo. “Cargar con la cruz” no es buscar sufrimientos, sino asumir cada día la fidelidad del amor: perdonar cuando cuesta, sostener al enfermo en casa, cuidar del matrimonio, educar a los hijos en la fe, servir a los pobres. El Señor no nos pide heroicidades solitarias: Él va delante, y su gracia —recibida en la oración, la Palabra, los sacramentos— hace posible lo que por nuestras fuerzas no podemos.

Las dos parábolas del constructor y del rey nos invitan a “sentarnos” y discernir: el discipulado no se improvisa. Se trata de calcular no sólo el precio, sino sobre todo con qué recursos contamos: la gracia de Dios, la comunidad, la Eucaristía de cada domingo, la reconciliación que vuelve a empezar. “Renunciar a todos los bienes” no siempre significa abandonarlo todo materialmente, sino vivir libres de ataduras, sabiendo que nada es “absoluto” fuera de Cristo. El que se desprende puede compartir, obedecer la voluntad de Dios y decidir con libertad. Hoy el Evangelio nos pregunta con cariño y decisión: ¿qué vínculo, plan o cosa ocupa en mi corazón el lugar que corresponde al Señor? Si dejamos que Él sea el primero, todo lo demás encuentra su sitio, y nuestra vida —con su cruz y su alegría— se convierte en una obra bien construida para la gloria de Dios y el bien de los demás.

lunes, 1 de septiembre de 2025

¡Vuelven los Pasatiempos del Evangelio!

Con el inicio de septiembre retomamos, después de las vacaciones, nuestros pasatiempos semanales para jugar y aprender con el Evangelio de cada domingo: sopas de letras, crucigramas, laberintos, las 7 diferencias y muchos más...

Los tendrás cada semana, listos para descargar e imprimir desde el blog de la parroquia. Perfectos para casa, catequesis....

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Misas e intenciones de la parroquia de Padrón