viernes, 30 de mayo de 2025

Ascensión del Señor

En el Evangelio de este domingo (Lc 24, 46-53), Jesús se despide de sus discípulos, pero no lo hace con tristeza, sino con una misión y una promesa. Les recuerda que su pasión, muerte y resurrección eran parte del plan de Dios para salvarnos, y les encarga ser testigos de esta Buena Noticia. No los deja solos: les asegura que recibirán “la fuerza de lo alto”, es decir, el Espíritu Santo, que los sostendrá en esta tarea. Es importante notar que Jesús no asciende al cielo para alejarse, sino para abrirnos el camino y estar más cerca de todos, no limitado a un solo lugar o tiempo. Desde el cielo, sigue acompañando a su Iglesia y a cada uno de nosotros.

Los discípulos, después de ver ascender a Jesús, no se quedan paralizados ni tristes, sino que regresan a Jerusalén “con gran alegría”. Este detalle es clave: entienden que la Ascensión no es el final, sino el comienzo de una nueva etapa. Como ellos, también nosotros estamos llamados a ser testigos alegres de Cristo resucitado, con nuestra palabra y con nuestra vida. En la familia, en el trabajo, en la parroquia, podemos anunciar que Jesús vive, que está con nosotros y que su amor transforma. Y lo hacemos no por nuestras fuerzas, sino impulsados por el Espíritu Santo, que nos da valentía, alegría y fe para vivir como verdaderos discípulos misioneros.

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