sábado, 27 de julio de 2013

Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia

La tradición asocia a Pedro y a Pablo a la Iglesia de Roma, de la que son columnas y fundamento. Roma es el lugar de su martirio y allí se conservan sus tumbas. Enseñaron juntos tanto en Corinto como en Roma y dieron testimonio con su muerte casi al mismo tiempo.
 
PEDRO.- La actividad misionera de Pedro comenzó en el momento de Pentecostés. Él es quien anuncia a los peregrinos judíos que Jesús, el que fue crucificado, ha resucitado. Es Pedro también el que hace el primer milagro, curando al cojo ante la puerta del Templo. Y es Pedro el primero en ser arrestado, junto con Juan, por el Sanedrín.

En el año 42, el rey Agripa I persigue a los cristianos y encarcela a Pedro, que es milagrosamente liberado y logra huir. Sobre su llegada a Roma hay muchos testimonios. Fue Pedro quien organizó allí la primera comunidad. Desde allí escribió las dos cartas que aparecen en el Nuevo Testamento.
 
En el año 64, Nerón atribuyó a los cristianos el incendio que destruyó la capital del Imperio, y condenó a los judíos cristianos a las penalidades más feroces, entregándolos a las fieras y transformándolos en antorchas vivientes. El historiador Tácito describe en sus Anales esta tragedia en la que perecieron millares de inocentes.

 En una carta a sus lejanos fieles, Pedro alude a su próxima muerte. Es probable que fuera crucificado en la colina en la que fue enterrado. Según Orígenes, Pedro pidió ser crucificado boca abajo, por no considerarse digno de hacerlo al revés. Sobre el lugar del martirio fue erigido por el Papa Anacleto un monumento, donde el Emperador Constantino hizo construir una Basílica y donde se alza hoy la Basílica de San Pedro.
 
PABLO.- Pablo llegó a Roma prisionero por su cuarto viaje en el otoño del año 60. Allí escribiría las cartas a colosenses, efesios y Filemón. Fue absuelto en el año 63, pero en el otoño del 66, Pablo está otra vez prisionero en Roma.
 
La antigua tradición cristiana testifica unánimemente que la muerte de san Pablo tuvo lugar como consecuencia del martirio sufrido aquí en Roma. Los escritos del Nuevo Testamento no recogen el hecho. Los Hechos de los Apóstoles terminan su relato aludiendo a la condición de prisionero del Apóstol, que sin embargo podía recibir a todos aquellos que lo visitaban (cf. Hch 28, 30-31). Sólo en la segunda carta a Timoteo encontramos estas palabras suyas premonitorias: "Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación, y ha llegado el momento de desplegar las velas" (2 Tm 4, 6; cf. Flp 2, 17). Aquí se usan dos imágenes: la cultual del sacrificio, que ya había utilizado en la carta a los Filipenses, interpretando el martirio como parte del sacrificio de Cristo; y la marinera, de soltar las amarras: dos imágenes que, juntas, aluden discretamente al acontecimiento de la muerte, y de una muerte cruenta.
 
El primer testimonio explícito sobre el final de san Pablo nos viene de la mitad de los años 90 del siglo I y, por tanto, poco más de treinta años después de su muerte efectiva. Se trata precisamente de la carta que la Iglesia de Roma, con su obispo Clemente I, escribió a la Iglesia de Corinto. En ese texto epistolar se invita a tener ante los ojos el ejemplo de los Apóstoles e, inmediatamente después de mencionar el martirio de Pedro, se lee así: "Por los celos y la discordia, san Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia. Arrestado siete veces, exiliado, lapidado, fue el heraldo de Cristo en Oriente y en Occidente; y, por su fe, consiguió una gloria pura. Tras haber predicado la justicia en todo el mundo y tras haber llegado hasta el extremo de Occidente, sufrió el martirio ante los gobernantes; así partió de este mundo y llegó al lugar santo, convertido así en el mayor modelo de paciencia" (1 Clem 5, 2).

No hay comentarios:

Publicar un comentario