En el Evangelio de este domingo, vemos a Jesús enseñando en la sinagoga con una autoridad que asombra a sus contemporáneos. Esta autoridad proviene de su coherencia y sencillez, mostrando un camino de amor y respeto sin distinción. Como creyentes, estamos llamados a estar en constante disposición de escuchar a Dios, ya sea directamente en la intimidad de nuestra oración o a través de las voces de aquellos que actúan como mediadores de su palabra. Sin embargo, esta escucha no siempre es sencilla o directa. A veces los silencios de Dios se prolongan, desafiando nuestra constancia y perseverancia. Otras veces, corremos el riesgo de manipular lo que escuchamos, adaptando el mensaje divino a nuestros deseos y conveniencias, especialmente cuando confronta nuestros pecados más profundos.
El desafío está en discernir la verdadera voz de Dios de las interpretaciones humanas. La admiración que Jesús suscitaba en sus contemporáneos se debía a su capacidad de acercarse a todos sin diferencias, comunicando un mensaje de amor y fraternidad. En nuestra época, esto se traduce en un llamado a examinar críticamente a aquellos que proclaman ser portadores de la palabra de Dios. ¿Son coherentes sus palabras y acciones con los mensajes de amor, respeto y humildad que Jesús predicaba? Como creyentes, debemos esforzarnos por ser auténticos oyentes de la palabra de Dios, abiertos a lo que Él quiera decirnos, ya sea directamente o a través de los profetas de nuestro tiempo, discerniendo siempre la autenticidad y la verdad en sus palabras.
El desafío está en discernir la verdadera voz de Dios de las interpretaciones humanas. La admiración que Jesús suscitaba en sus contemporáneos se debía a su capacidad de acercarse a todos sin diferencias, comunicando un mensaje de amor y fraternidad. En nuestra época, esto se traduce en un llamado a examinar críticamente a aquellos que proclaman ser portadores de la palabra de Dios. ¿Son coherentes sus palabras y acciones con los mensajes de amor, respeto y humildad que Jesús predicaba? Como creyentes, debemos esforzarnos por ser auténticos oyentes de la palabra de Dios, abiertos a lo que Él quiera decirnos, ya sea directamente o a través de los profetas de nuestro tiempo, discerniendo siempre la autenticidad y la verdad en sus palabras.
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