domingo, 2 de julio de 2023

13º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

En el evangelio, Jesús sigue instruyendo a los suyos, o sea a nosotros, a los que venimos cada domingo a escucharle. La semana pasada nos dijo como el hecho de seguirle podría acarrearnos problemas y que ante eso nos mantuviéramos fieles, porque nosotros valemos más que los gorriones. Eso nos decía la semana pasada. Pues bien, ahora abundando un poco mas en la idea, nos enseña que la opción por él, por Jesús, debe ser total. La fidelidad a Jesús no puede estar supedita por otras fidelidades humanas. Con Jesús no sirven las medias tintas, ni las indecisiones, ni las ambigüedades. La exigencia del seguimiento es fuerte, nos compromete hasta lo más profundo de nosotros mismos.

En este tiempo de calor, cuando a uno le cuesta hasta pensar, esta palabra del Señor, nos puede sonar a demasiado exigente, y es posible que así sea. Esta exigencia se manifiesta, entre otras,  en dos afirmaciones: primero, hoy me dices que mi a amor a ti debe estar incluso por encima que del de mi propia familia. Como dicen hoy: eso es muy fuerte. Ojo que ha habido algunos que han mal entendido este texto, y han dejado sus obligaciones familiares, por una hipotética llamada de Dios, permitidme que en principio dude de esa llamada del Señor. La auténtica llamada  se realiza, cuando lleva consigo primero el cumplimiento de tus obligaciones familiares, en respuesta al cuarto mandamiento que todos conocemos.

Entonces ¿por qué Jesús utiliza esta comparación confusa? Simplemente porque quiere transmitirnos esa necesidad de ser mas fieles, y lo hace utilizando una comparación que efectivamente nos haga pensar, una comparación que nos despierte y nos haga reflexionar. Jesús quiere que lo sigamos, si, pero cumpliendo con nuestras obligaciones de padres o de hijos. Como decía antes, desconfiemos de aquel seguimiento que lleva consigo el dejar desamparado a algún familiar cercano. Ahí seguro que no está Dios.

Dejando esto claro, puedo pasar a la segunda exigencia, también de categoría, ¿cómo llevo la cruz de cada día? Y preguntarse por la cruz es preguntarse por la vida misma, ¿cómo me comporto ante la dificultad, ante los problemas?, me enfrento con ellos, con decisión, o si puedo se los echo al vecino. Ahí es donde tengo que demostrar mi fidelidad a Jesús, el ejemplo suyo lo tenemos bien claro, el se agarró a la cruz,  la subió hasta el monte, e incluso dio la vida en ella. Tengo que reconocer Señor que la mayoría de las veces, ante las cruces de la vida no doy la talla, si puedo me las quito de encima a la menor oportunidad, hago como Pedro y los Doce que desaparecieron en esos momentos de tu lado.
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario