Y, en este cuerpo nuevo, con cuya belleza nos muestras la dignidad del ser humano, está ella... esa herida que traspasa tu costado. Esa herida casi que tiene forma de unos labios con la que expresas una sola palabra: amor. Es una invitación a entrar dentro de ella. Tu Costado abierto y tu Corazón traspasado nos recuerdan cómo aceptaste la muerte por todos nosotros, como obediencia de hijo a tu Padre Dios. En esa herida vemos la fuente misma de la salvación de la que nace lo verdaderamente humano, un nuevo corazón que nos hace capaces de llamar a Dios: ¡Padre!, y al prójimo: ¡hermano!
Resucitado eres Señor, Corazón de la humanidad y del mundo, esperanza de salvación para cuantos escuchan tu voz. Miro tu rostro sereno, tus yagas, tu costado abierto, y en tu Corazón te descubro Amor reparador, Amor gratuito.
Miro tu rostro. Cara a cara y descubro tus ojos atentos que me miran y que me dicen "aquí estoy" y poco te falta para estrecharme y dejar que te sienta cercano y amigo. Te miro, me recreo con tu mirada y deseo acogerte, responder a tu amor por mí y por todos los hombres, de cooperar en tu obra redentora en medio del mundo. Ese deseo se llama reparación.
Tú Señor, me animas a ser profeta del amor y servidor de la reconciliación. Me invitas a llevar el pan que Tú me ofreces a quienes lo necesitan y desean ser saciados en su hambre de eternidad.
Un pan que nos hace compañeros de camino y de fraternidad. En ese pan me invitas a la adoración en la que me llamas a trabajar por ti, en ti y contigo. También con Santa María, tu Madre y nuestra Madre; demostrando que se puede seguir tu camino incluso en los límites de la vida.
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