Tres días después de su muerte, Jesús resucitó y se apareció en Jerusalén a sus discípulos: primero a María Magdalena, luego a Pedro y a los demás apóstoles.
En Galilea, Jesús volvió a aparecerse a sus discípulos. Los visitó varias veces, conversó con ellos y finalmente les dijo: "Se me ha dado poder en el cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado". Con estas palabras, Cristo dio a su Iglesia autoridad para predicar y le ordenó hacer discípulos en todo el mundo.
La Iglesia comienza su predicación alrededor del año 30, el día de Pentecostés, en Jerusalén. Doce hombres anuncian a su paisanos y a los peregrinos reunidos con motivo de la fiesta que Jesús, el enviado de Dios, crucificado como un delincuente, está vivo. Así los apóstoles comienzan el anuncio del Evangelio: primero en Jerusalén y solo a los judíos; después, cuando los discípulos tienen que huir de Jerusalén, el Evangelio llegará hasta Antioquía y se predicará a judíos y gentiles. En Antioquía es donde los discípulos de Cristo reciben el nombre de cristianos. Antioquía se convierte en el punto de partida de la evangelización del Imperio Romano. Desde allí partirá Pablo en su primer viaje misionero.
Los viajes de San Pablo
En el segundo viaje, que emprende a través de Asia, decide evangelizar Macedonia; así, el Evangelio llega a Europa sobre el año 50. Nacen las comunidades de Filipos, de Tesalónica, de Corinto... y Pablo llega hasta Atenas, capital de la cultura. Mientras, Juan ha extendido el Evangelio por toda Grecia con las iglesias que aparecen en el Apocalipsis.
En el tercer viaje, Pablo visita de nuevo las comunidades de Asia y de Europa.
El cuarto viaje conduce a Pablo a Roma, pero esta vez como prisionero. Allí, durante dos años de libertad vigilada, Pablo proclama el Reino de Dios y enseña lo relativo a Jesús.
En muy pocos años, las comunidades cristianas se extienden desde Jerusalén hasta Roma e incluso llegaron a los confines del mundo conocido, al Finis terrae, allí donde se consideraba que terminaba la tierra. Hasta aquí llegó el Apóstol Santiago, nuestro Patrón.
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