El
Adviento llama a nuestra puerta. Dios está en camino hacia nosotros, Dios viene
a salvarnos. Comenzamos un Año Litúrgico nuevo, con el Evangelista san Mateo.
Las
tres lecturas de este Domingo están orientadas hacia esta venida de Dios;
pretenden despertarnos del sueño y de la indiferencia; exhortarnos a esperar al
Señor con la cintura ceñida y las antorchas encendidas. El evangelio nos dice:
“estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.
No
es amenaza. Es anuncio de la alegre venida del Señor. Viene el Hijo del Hombre
a sanar y salvar, a curar y a redimir. Viene a enseñarnos los caminos de Dios.
A decir a cada hombre y mujer: Dios te ama. Sentirse amado por Dios es la mayor
alegría. Hacer nacer a una persona a la esperanza es decirle: “Tú eres amado
por Dios”. Esto hace el Adviento con nosotros.
La
liturgia quiere que preparemos el corazón ante la venida del Señor, que salgamos al encuentro
de este Señor que vino, viene y vendrá:
-
Vino: es la venida que conmemoramos alegres en Navidad, el Misterio de la
Encarnación, su nacimiento humilde; la Palabra hecha carne.
-
Viene: cada día, constantemente. Jesús viene, está viniendo siempre; como
Resucitado nos acompaña cotidianamente, con su Espíritu, con su Palabra, con
los sacramentos, en la comunidad de los cristianos, en el transcurso de los
acontecimientos, en el hermano en el que
Él se hace el encontradizo día tras día…
-
Vendrá: también la venida última del Señor “en
gloria y majestad”. Cada año, el evangelio del primer domingo de
Adviento nos recuerda la venida definitiva de Cristo, el horizonte final de
nuestra existencia: El bien vencerá sobre el mal. El final de nuestra vida y de
nuestra historia no es el fracaso y la desaparición en la nada. Estamos
llamados a vivir la vida de Dios.
ACTITUDES
Hay que estar atentos. “Dejemos las
tinieblas, nada de riñas.. Pertrechémonos con las armas de la luz”.
Tenemos
el peligro de la indiferencia, la rutina, la frivolidad. “La gente comía y
bebía y se casaba…” (Evangelio). Naturalmente, hay que comer, beber, pero,
“nada de comilonas y borracheras”; hay que casarse, pero “nada de lujuria ni
desenfreno”; hay que trabajar, pero “sin riñas ni disputas”. Y hay que hacer
vida de familia, y comprometerse para cambiar este mundo, y descansar… Pero
“sin dar lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual: la Iglesia mundana que vive en
sí, de sí, para sí. Ese vivir para darse gloria los unos a otros”, “buscar, en
lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Papa
Francisco). Una espiritualidad mundana, que sería el intento de espiritualizar
(o justificar) los criterios del mundo.
«Vigilad»,
«estad preparados, despiertos». Velar es creer, esperar, amar. Trabajar y rezar. El que ama tiene siempre el corazón
en vela.
El
Señor quiere despertarnos con su Palabra. Él puede cambiarnos, darnos “un
corazón nuevo y un espíritu nuevo“. Está san Agustín en su huerto de Ostia con
un grupo de amigos. Coge en sus manos el Nuevo Testamento y se sienta para leer
bajo la sombra de un nogal. De repente, sus amigos, sentados junto a un árbol
cercano, le oyen gimotear fuertemente; se acercan preocupados, y Agustín les
explica entre gemidos: “He abierto el Nuevo Testamento al azar, y Dios me ha
sorprendido con estas palabras: Ya es hora de despertar y empezar una nueva
vida” (Rm 13,11).
El
Adviento y la Navidad son una nueva oportunidad de gracia que nos ofrece Jesús.
No le dejemos pasar de largo.
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