viernes, 29 de noviembre de 2013

I Domingo de Adviento

El Adviento llama a nuestra puerta. Dios está en camino hacia nosotros, Dios viene a salvarnos. Comenzamos un Año Litúrgico nuevo, con el Evangelista san Mateo.

Las tres lecturas de este Domingo están orientadas hacia esta venida de Dios; pretenden despertarnos del sueño y de la indiferencia; exhortarnos a esperar al Señor con la cintura ceñida y las antorchas encendidas. El evangelio nos dice: “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.
No es amenaza. Es anuncio de la alegre venida del Señor. Viene el Hijo del Hombre a sanar y salvar, a curar y a redimir. Viene a enseñarnos los caminos de Dios. A decir a cada hombre y mujer: Dios te ama. Sentirse amado por Dios es la mayor alegría. Hacer nacer a una persona a la esperanza es decirle: “Tú eres amado por Dios”. Esto hace el Adviento con nosotros.

La liturgia quiere que preparemos el corazón ante la  venida del Señor, que salgamos al encuentro de este Señor que vino, viene y vendrá:

- Vino: es la venida que conmemoramos alegres en Navidad, el Misterio de la Encarnación, su nacimiento humilde; la Palabra hecha carne.

- Viene: cada día, constantemente. Jesús viene, está viniendo siempre; como Resucitado nos acompaña cotidianamente, con su Espíritu, con su Palabra, con los sacramentos, en la comunidad de los cristianos, en el transcurso de los acontecimientos, en el  hermano en el que Él se hace el encontradizo día tras día…

- Vendrá: también la venida última del Señor “en  gloria y majestad”. Cada año, el evangelio del primer domingo de Adviento nos recuerda la venida definitiva de Cristo, el horizonte final de nuestra existencia: El bien vencerá sobre el mal. El final de nuestra vida y de nuestra historia no es el fracaso y la desaparición en la nada. Estamos llamados a vivir la vida de Dios.

ACTITUDES
Hay que estar atentos. “Dejemos las tinieblas, nada de riñas.. Pertrechémonos con las armas de la luz”.

Tenemos el peligro de la indiferencia, la rutina, la frivolidad. “La gente comía y bebía y se casaba…” (Evangelio). Naturalmente, hay que comer, beber, pero, “nada de comilonas y borracheras”; hay que casarse, pero “nada de lujuria ni desenfreno”; hay que trabajar, pero “sin riñas ni disputas”. Y hay que hacer vida de familia, y comprometerse para cambiar este mundo, y descansar… Pero “sin dar lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad  espiritual: la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Ese vivir para darse gloria los unos a otros”, “buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Papa Francisco). Una espiritualidad mundana, que sería el intento de espiritualizar (o justificar) los criterios del mundo.
«Vigilad», «estad preparados, despiertos». Velar es creer, esperar, amar. Trabajar  y rezar. El que ama tiene siempre el corazón en vela.
 
El Señor quiere despertarnos con su Palabra. Él puede cambiarnos, darnos “un corazón nuevo y un espíritu nuevo“. Está san Agustín en su huerto de Ostia con un grupo de amigos. Coge en sus manos el Nuevo Testamento y se sienta para leer bajo la sombra de un nogal. De repente, sus amigos, sentados junto a un árbol cercano, le oyen gimotear fuertemente; se acercan preocupados, y Agustín les explica entre gemidos: “He abierto el Nuevo Testamento al azar, y Dios me ha sorprendido con estas palabras: Ya es hora de despertar y empezar una nueva vida” (Rm 13,11).
 
El Adviento y la Navidad son una nueva oportunidad de gracia que nos ofrece Jesús. No le dejemos pasar de largo.

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