En el evangelio de hoy, encontramos el mandato trinitario de Jesús, una invitación abierta y un encargo eterno que nos conecta directamente con el corazón de ese misterio trinitario. Este pasaje no solo marca la conclusión del Evangelio según Mateo sino que también establece el comienzo de la misión de la Iglesia: llevar la buena nueva a todas las naciones, "bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Aquí, Jesús no solo reafirma su divinidad y autoridad en el cielo y en la tierra, sino que también promete su presencia constante y sustentadora hasta el fin de los tiempos. Lo importante, del día de hoy, es que Dios se preocupa de nosotros y de todo lo nuestro, que el Padre se va revelando a los hombres, interesado y preocupado por nuestros problemas, que el Hijo se hizo hombre y predicó el Reino de Dios, y que el Espíritu deja sentir su fuerza en el corazón de quienes se abren a Dios con confianza. Este misterio trinitario no se revela como una doctrina abstracta, sino como una realidad viva y dinámica que invita a cada creyente a experimentar el amor profundo y personal de Dios, el cual se manifiesta de manera integral y salvífica a través de la comunidad de sus seguidores. Así, la Trinidad no es una teoría compleja, sino la revelación del misterio de Dios, para que nos sepamos amados, acompañados y guiados… para que nos sepamos llamados a la vida… y para que nos sepamos hijos y hermanos de todos.
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